¿Criar con apego significa permitirlo todo?

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Foto: Pixabay

Seguro que, si has elegido una crianza con apego, hay muchas cosas que tienes claras. Por ejemplo, que tu bebé necesita contacto casi permanente contigo los primeros meses, porque así cubres sus necesidades más primarias de afecto y seguridad. Habrás leído, probablemente, sobre la exterogestación, ese período de nueves meses tras el parto que llaman la segunda gestación. Es muy posible que eso te haga portear (por favor, ¡escoge una mochila ergonómica!, dentro de muy poco hablaré sobre eso) y que te plantees opciones como el colecho, ya sea en tu cama o en una cunita sidecar. También sabrás que debes atender sus necesidades, no dejarle llorar, hablarle amorosamente, alimentarle a demanda… Es decir, tendrás bastante claro qué tienes que hacer para criar a un BEBÉ con apego.

Pero, de repente, un día te darás cuenta de que tu bebé ha crecido y comienza a ser un niño, con todo lo que ello conlleva. Será mucho más capaz y te necesitará menos en muchos aspectos, sí, pero también desarrollará su propio carácter y querrá volverse cada vez más autónomo. Puede que sea entonces cuando te hagas la gran pregunta: ¿Cómo criar con apego a un NIÑO? La cosa ya no será tan sencilla como cogerle en tus brazos y arrullarle para calmar su llanto, dormir con él, hacerle sentir amado  y seguro. Tu hijo tendrá rabietas, nuevas necesidades, ideas locas, dirá NO a todas horas, querrá negociar los límites. Situaciones absolutamente normales, propias de las diferentes etapas de su desarrollo.

«Buf, y ¿qué hago ahora?», dirás, «quiero criar con apego a mi hijo pero… ¡no quiero consentírselo todo!». Bien, si ésa es tu preocupación, tengo buenas noticias: Criar con apego no significa permitirlo todo. Puedes, y debes, establecer límites. Y puedes hacerlo desde el apego. Habitualmente se confunde apego con permisividad, cuando no es así. Los padres que crían con apego guían a sus hijos y reconducen los comportamientos inadecuados, pero lo hacen desde la empatía, en una relación de respeto mutuo.

La cuestión no es poner límites o no ponerlos. La cuestión es qué límites poner, por qué y cómo.

¿Qué es un límite en realidad?

Ésta es una de las palabras que genera más conflicto entre las diferentes corrientes de crianza. ¡No se puede criar a un niño feliz y equilibrado SIN límites! ¡No se puede criar a un niño feliz y equilibrado CON límites! ¿A que has leído ambas frases en algún momento? Es lógico porque el conflicto irresoluble lo genera el significado que le demos a esa palabra.

Para algunos padres, los límites son esa cosa que uso para mantener bajo MI control a mis hijos. Son sinónimo extraoficial de castigos o amenazas y siempre, siempre, una forma de dominar la relación entre padres e hijos. Hablaré sobre este tipo de límites, los castigos, el control y la diferencia entre imponer disciplina y fomentar la auto-disciplina en próximos posts.

Para otros, son simplemente la forma en que, como adulto consciente y responsable de la seguridad y educación de tus hijos, delimitas un espacio seguro donde pueden crecer y desarrollarse como personas. Éstos son los que nos ocupan hoy.

Límites no negociables

Los hay, por supuesto. ¿Pensabas que no?

Algunos tendrán que ver con la seguridad y no serán negociables en absoluto. Está claro que no vas a dejar que toque un cuchillo o un bote con lejía, que corra por donde circulen coches o que se asome con un taburete a una ventana. Dependiendo de la etapa de desarrollo de tu hijo deberás ser tú quien actúe, directamente, o podrás explicárselo: «Sé que quieres jugar pero aquí hay muchos coches y no se puede correr». ¿Y si llora? ¿Si se niega? Bueno, entonces tendrás que acompañar a tu hijo con empatía y cariño mientras libera la frustración. Porque entre los coches no le vamos a dejar correr.

Otros serán necesarios para que aprenda a respetar a las personas, los animales, los objetos: no hacemos daño a ningún ser vivo, cuidamos las cosas, hablamos con respeto a los demás, sin gritarles… Cuidado: tienen que ser iguales para todos. Si quieres que tu hijo aprenda que no está bien gritarle a otra persona, no grites tú a nadie. Recuerda que lo más importante es el ejemplo.

Un niño pequeño no puede comprender lo inadecuado de su comportamiento, por eso debes guiarle. Si tu hijo de dos años te pega o te muerde, debes enseñarle que no puede hacer ese tipo de cosas. ¿Gritándole? ¿Regañándole? Definitivamente, no (otra cosa es que te salga un grito o tengas una mala reacción porque la situación te supere pero que no sea por «educar»).  Aunque te parezca imposible, puedes reconducir la situación desde el apego: «Cuando me pegas, me duele. Sé que estás enfadado y te sientes muy mal pero no voy a permitir que me hagas daño».

Dependiendo de la edad de tu hijo y su nivel de comprensión podrás expresar tu mensaje con más o menos detalle («pupa, mamá triste, no») o incluso ofrecer alternativas («estás muy enfadado… pero aunque estemos enfadados, no pegamos. ¿Quieres que busquemos otra forma de sacar ese enfado fuera sin hacer daño a nadie?»). Sea como sea, si logras desligar la situación de tu juicio acerca de la situación, comprobarás que te resulta inesperadamente fácil reaccionar desde la calma, la empatía y el cariño cuando tu hijo hace algo inadecuado en lo que debes actuar.

No es lo mismo pensar «está pegando» que pensar «¡qué mal se está portando!».

La primera define lo que está sucediendo. Si lo que sucede es inadecuado, podrás actuar con calma para reconducirlo. Si es urgente, probablemente debas actuar primero y explicar después. Pero, en cualquier caso, tus emociones estarán bajo control. No sentirás resentimiento ni nerviosismo, actuarás serena.

La segunda, en cambio, es un juicio de valor que despertará sentimientos y emociones en ti. Puede que te enfades, que sientas que no mereces lo que está sucediendo, que te pongas nerviosa. Todo ello te hará perder tu equilibrio emocional y te distanciará de tu hijo, lo que hará que, en vez de actuar, reacciones. Olvidarás que se comporta como un niño pequeño porque ES un niño pequeño. Olvidarás que tú eres la adulta y que puedes manejarlo. Olvidarás que el objetivo es enseñarle y guiarle mientras crece, no pegarle un grito porque aún no ha crecido.

Límites negociables

Los tenemos cada día, con todo el mundo. ¿Por qué no con nuestros hijos?

Cuando no esté pasando nada que haya que reconducir, lo mejor que puedes hacer por el bienestar común de tu familia es buscar una solución que convenga a todos. Incluyendo a tu hijo.

Enséñale que siempre se puede encontrar un punto de acuerdo. Tus márgenes no serán los mismos en cada situación. A veces podrás ceder sólo un poco, otras llegarás a la conclusión de que no pasa nada si tu hijo consigue lo que desea. Adáptate a cada situación y muéstrale que tienes en cuenta sus preferencias y necesidades sin descuidar las tuyas. «Vaya, veo que quieres quedarte a jugar más tiempo en el parque pero a mamá le duele mucho la espalda. ¿Cómo podríamos solucionarlo?». Si tu hijo siente que le respetas, te respetará. Si ve que te adaptas porque te preocupa su bienestar, se adaptará al tuyo.

¿Y qué pasa si no me sale?

Muy sencillo. Que tendrás que seguir intentándolo. Que, si has reaccionado mal, tendrás que repararlo: «Antes me puso muy nerviosa que saltaras en el sofá y perdí la calma y te grité. Me siento triste porque me gusta que estemos bien y me gustaría haber actuado sin gritarte.» No te preocupes, todas esas situaciones serán un fantástico aprendizaje también para tu hijo. Comprenderá que todos somos humanos, que podemos equivocarnos, que podemos repararlo si nos hemos equivocado, que podemos aprender y mejorar. ¿Cuánto crees que tardará en imitar eso como hace con todo lo demás?

Es muy habitual tener miedo de admitir que te has equivocado ANTE tu hijo. Como si eso fuera a sentenciarte. Como si tu hijo se te fuera a subir a la chepa, que es una expresión muy común, si te ve ceder. Este enfoque tiene origen en la concepción de la paternidad como una relación de poder.

Sin embargo, puedes establecer otro tipo de relación con tu hijo. Una que no esté basada en el poder, sino en el respeto. Una en la que tu hijo no necesite aprovechar la más mínima ocasión de salirse con la suya y dominarte, porque tú tampoco buscas dominarle a él. Una en la que tu hijo sepa que le guías con amor y quiera seguir tu guía porque confía en ti. Porque ve en ti lo que le pides a él. Una en la que establezcas límites que siempre tengan una razón de ser, y lo hagas con empatía, comprendiendo a tu hijo como harías con cualquier otra persona a la que le negases algo que te solicita. Una en la que sientas que tu hijo esté de tu parte y en la que tu hijo sienta que tú estás de su parte. Una relación de confianza mutua.

¿No crees que merece la pena esforzarse por tener una relación así?

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