El día que los mandé a todos fuera y me quedé sola

Vale, el título me ha quedado un poco épico pero estoy segura de que si tenéis hijos (sobre todo si es en plural), entenderéis ese sentimiento que te embarga en los tan poquísimamente frecuentes momentos en los que te quedas un día SOLA. Benditamente sola, debo añadir, porque la soledad está muy infravalorada y a veces es tan necesaria y tan vital como el comer. Me repito: si tenéis hijos (sobre todo en plural), estoy segura de que me entendéis.

Empecemos con los disclaimers. Uno, el día del que nació este post técnicamente no los mandé a todos fuera, se fueron por voluntad propia y con la buena disposición de papá (y a un plan muy guay, todo sea dicho). Y dos… no creáis que mi plan fue también algo especialmente guay, más allá del hecho en sí de quedarme sola. Leí, eso sí os lo digo. Me puse la play un ratitín y algo en la tele que no consigo recordar. Tenía hasta la ambición de ponerme una mascarilla antioxidante o qué sé yo, pero me quedé por el camino. Tocó currar en reducir la lista de borradores que me miran con carucha porque nunca saco tiempo, tocó poner orden, sacudir alfombras, movilizar el montón de ropa diario que vomita regularmente la casa sin comprender cómo ni por qué. Tarea pendiente siempre hay. Hércules sólo tuvo doce trabajos, dice el mito. No tenía hijos, lo tengo claro.

Ojalá un día sola fuera simplemente para monear, para dormir y para meterme en la bañera con un libro y flores como en la foto. La realidad no me da pa tanto, eso sería venirme muy arriba y un poco complicado sin tener bañera. Eso sería DESCANSAR, con mayúsculas, y me temo que tanto a papá como a mí nos quedan unos añitos todavía para llegar a ese punto.

Pero quedarse sola, ah… qué bien lo entendió Macaulay Culkin.

Poder decirme «tengo una idea, voy a escribirla ahora que está fresca» y no perderla porque tengo un bebé pidiendo teta o una niña esperando en el cole o cualquier otra cosa que se os ocurre en la combinación del uno y la otra que reclame el primer puesto en la lista de prioridades.

Poder programarme los ejercicios para la diástasis y el suelo pélvico en el momento en el que mejor me encuentre físicamente para hacerlos y no cuando se abre Stargate y tengo que hacerlos sí o sí, aunque esté derrengada (y eso los días que los hago, que son la triste minoría).

Poder recoger el salón una sola vez, sin tener que andar agachada todo el día como si estuviera en la siembra de la patata, intentando despejar al menos un paso por el que vadear entre los megablocks.

Poder oír de nuevo durante unas horas el siseo del SILENCIO, que es lo segundo más valorado en esta casa después del sueño. Sobre todo en esta etapa en la que las risas, los cantos, las charlas y los chillidos se han multiplicado por dos(cientos mil) y los momentos sin ruido son como pompitas preciosas que explotan en el momento en que las empiezas a apreciar.

Poder decidir por una vez en qué orden quiero hacer las cosas basándome única y exclusivamente en mí, sin hacer un puñetero puzzle intercruzado de tareas de unos y otros para ver cómo encajarlo todo.

Poder ser dueña de mi tiempo, en definitiva, durante un día. Para lo que sea. Si es que eso ya me da igual.

Ya llegará el descanso en mayúsculas (a más tardar, en el descanso eterno) pero, de momento, qué queréis que os diga… en esta etapa de mi vida, estar sola aunque sea algún día para organizármelo yo, sin tener que contar con nadie más que conmigo misma… ES épico. 😀

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2 comments

  1. Raquel says:

    Madre mía,como te entiendo,y q falta me hace un día así,tengo dos peques uno de 3 años y otro de 2 meses,y un agotamiento innombrable‍♀️ ojalá se alinearan los planetas y pudiera.
    Me encanta leerte

    • Carita says:

      Hola Raquel! Cuando el día no llega, hay que buscar el ratito aunque sea. Para eso, estoy segura, se inventó el pestillo del baño 😉 Muchas gracias por tu mensaje, un abrazo grande!

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