Se lo digo mil veces pero no me hace ni caso

Lo repito mil veces pero no me hace ni caso

Fuente: Pixabay

Muchas veces tratamos de gestionar respetuosamente las situaciones que van surgiendo en el día a día con nuestros hijos pero la calma se nos va escurriendo poco a poco cuando repetimos y repetimos algo y… como quien oye llover. Es entonces cuando nos lamentamos de eso que titula este post, porque aunque nos sintamos un loro de repetición, el loro puede repetirlo mil veces sin inmutarse pero nosotros no. Y entonces terminamos desesperándonos, enfadándonos, gritando a nuestros hijos y haciendo todo eso que no queremos hacer en crianza. Pero es que es desesperante porque lo repetimos y lo repetimos de forma respetuosa y ¡hasta que no gritamos no hacen ni caso! ¿Os reconocéis en esta situación? 

Una de las cosas que más me costó comprender (y que alguna vez todavía se me olvida cuando no estoy centrada) es que repetir mil veces las cosas no garantiza que mi hija las haga. Lo único que garantiza es que con cada repetición YO me voy irritando y frustrando más hasta que llega un momento en el que estallo por algún lado y me cargo todo lo que he hecho antes, todos esos mensajes que he dado desde el cariño, toda esa calma y todo ese ejemplo que intento que cale en mi hija. Todo lo previo, por bien que haya estado, se va a la porra en cuanto acabo pegando un bocinazo.

Lo que me preocupa de esa situación no es el grito en sí, aunque siempre que ocurre lo reparo e intento mejorar porque yo no quiero gritar a mi hija. Lo que me preocupa es el mensaje que transmito en ese momento: que sólo cuando gritas obtienes resultados. Un mensaje que no quiero que la peque interiorice de ninguna de las maneras.

Así que volvemos al principio, a tratar de que las cosas funcionen sin que necesitemos gritar para conseguirlo. Y a analizar qué está pasando, por qué acabamos así, qué estrategias y recursos podemos utilizar, cómo podemos hacer las cosas de otra manera.

En estos años intentando criar desde el respeto hay una cosa que he aprendido y es a conocer mis límites en cada situación e intentar no pasarlos, porque es entonces cuando empiezo a acumular papeletas para acabar desbarrando. Siempre hay un punto a partir del cual la situación cambia de rumbo y dejo de avanzar para empezar a resbalar de culo cuesta abajo, un punto de inflexión en el que dejo de actuar y empiezo a reaccionar. Ese punto en las pelis en el que los aviones pierden el control del vuelo y empiezan a caer cada vez más rápido hasta que se estrellan.

Para evitar lo que viene tras ese punto de inflexión suelo procurar decir algo sólo el número de veces que no me pese, que no me ponga nerviosa, que no me irrite. Y el número de veces que sea suficiente para valorar si tiene sentido seguir repitiendo algo. Ese número es variable y se adapta a muchas circunstancias:

  • A la importancia del mensaje: no es lo mismo «cariño, dame la mano para cruzar» que «cariño, guarda los juguetes en su sitio». A la segunda le puedo dar más margen, con la primera necesito que el mensaje cale a la primera porque de lo contrario podemos correr un riesgo real.
  • A la urgencia: a veces no tengo tiempo para dar mucho margen, aunque quiera o aunque lo hubiera dado en otras circunstancias.
  • A mi capacidad de gestionarlo: Esta es TAN importante… nos la saltamos mucho y es determinante. Además del yo-madre está el yo-persona, y ese no siempre tiene la misma energía, la misma paciencia, el mismo humor. A veces me siento relajada por dentro y puedo dar margen REAL a una situación. Margen real es margen sin agobiarme, sin mosquearme, sin ir convirtiéndome en una olla express que acaba pitando mientras echa humo. Y a veces siento que a la tercera voy a explotar. Esas veces es crucial escucharme y no pasar de la segunda. Mejor pedirlo dos veces bien que tres fatal.
  • A la reacción de mi hija: A veces no hace caso porque no se ha dado cuenta, a veces simplemente sigue aunque lo haya oído y a veces hace o dice algo que suma algo más a la situación previa y requiere que intervenga. No es lo mismo que le pida que deje de jugar para venir a cenar y siga jugando tan pichi a que se dé la vuelta con tres pisotones y siga jugando diciendo que no. La forma de gestionar la situación cambia y repetir una y otra vez lo mismo, ¿adonde nos llevaría? («Ven», «No», «VEN», «NO», «¡¡QUE VENGAS!!», «¡¡¡¡QUE NOOOOOOOOOOOO!!!!)

Pero claro, si la clave es no pasarme de ese «número de veces» teórico que tiene sentido y puedo manejar como quiero y ese número no es siempre el mismo… ¿cómo sé en qué momento parar? Cuando noto que me empiezo a sentir mal. Cuando empiezo a tener esa sensación repitiendo algo es que ya he llegado al límite de lo que me parece razonable, aceptable o como lo queramos llamar pero, sobre todo, he llegado al límite que soy capaz de procesar desde la calma. ¿Y qué hago entonces? Cambio de estrategia:

  • Si estoy lejos, me acerco, la miro a los ojos y conecto.
  • Si estaba pidiéndolo relajada, lo pido seria.
  • Si el mensaje no llega, actúo.

Por ejemplo, una situación de práctica real que vivimos con frecuencia en casa porque la llamada es irresistible: la peque andando, corriendo o saltando en el sofá.

_ Cariño, por favor, baja del sofá, haciendo eso se estropea – Intento 1 (totalmente tranquila, enviando el mensaje).

_ Cariño, siéntate en el sofá o baja al suelo, por favor, pero no saltes más – Intento 2 (también tranquila, insistiendo en el mensaje).

Y aquí suele estar el punto donde ajusto el rumbo. Porque si siguiera repitiendo el mismo mensaje, de la misma forma y ella siguiera ignorándolo, cada vez me iría frustrando, enfadando y agobiando más. Y acabaría REACCIONADO desde esas emociones, lo que hace imposible ACTUAR desde la calma.

Después de una o dos repeticiones, lo que suelo hacer es enfocarme más para ver por dónde tiro y valorar si por donde estoy yendo llego a alguna parte o es mejor cambiar de estrategia:

_ Cariño, te estoy pidiendo que bajes del sofá, ¿me has escuchado? – Intento 3 (y todavía estoy tranquila, porque todavía estoy manejando la situación

Normalmente suelo pedirle que me mire antes de decírselo o acercarme para conectar mejor y normalmente eso ayuda a que me responda algo positivo (sí, mami) y yo pueda rematar (vale, pues entonces vamos a bajar). Pero si a pesar de eso sigue, sólo tengo dos opciones: seguir cada vez más seria en una escalada que va a acabar mal o actuar aún tranquila, cogerla (cariñosamente) y bajarla del sofá volviendo a enviar el mensaje para que poco a poco vaya llegando: el sofá se estropea si saltamos, vamos a hacer otra cosa.

Aquí pueden pasar también dos cosas: que lo acepte sin problemas y hayamos resuelto una situación desde la calma sin que se desborde y nos haga estallar o que no lo acepte y reaccione enfadándose, gritando o llorando. Si pasa esto segundo, no nos queda otra que validar su tristeza o su enfado y acompañar como hacemos en cualquier desborde emocional. Pero seguiremos pudiendo manejarlo desde la calma porque nosotros no nos hemos desbordado.

Ya sabéis cómo es esto, siempre suena muy fácil y la práctica es más complicada. Criar desde el respeto es cansado, requiere un esfuerzo, implica estar conscientes, reconocer nuestras emociones de disgusto y respetarlas para poder seguir respetando y exige un saco sin fondo de paciencia. Pero también nos evita actuar de forma automatizada en un bucle del que no sabemos salir (como me decía una mamá en un comentario en redes cuando compartí el post sobre gritar y educar), nos ayuda a no estallar con algo que después lamentemos haber hecho, nos permite vivir con más armonía y nos hace sentirnos cada vez más capaces de gestionarlo tó. Yo diría que merece la pena 🙂

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This entry was posted in Crianza.

6 comments

  1. Judi Escobar says:

    Lo mío es con la perrita, le digo que no la toque mientras come y sigue, sigue, sigue incluso le gritó y sigue pero es como sin intención porque me dice » tienes razón» pero sigue. Y no se qué hacer

    • Carita says:

      Hola Judi! Si es peque y la comunicación se queda corta, quizá debas intervenir de otra manera, por ejemplo, buscando la forma de que la perrita no esté a su alcance durante las comidas. Un abrazo!

  2. Almudena says:

    Hola Marta, gracias como siempre por tus maravillosos post.
    Te entiendo perfectamente, pero voy más allá, a mi me pasa, que a veces no solo se enfada y llora, sino que me pega, y ya tiene 5 años y medio, yo obviamente lo sujeto para que no me pegue y le digo que se puede enfadar y llorar y yo lo consolaré, pero que no voy a permitir que me pegue porque me hace daño y me falta al respeto, es verdad que cada vez lo hace menos y cuando lo hace, pide perdón más o menos rápido y dice que no lo hará más, pero yo cada vez tengo menos paciencia con esta situación.
    Por favor alguien que se vea en lo mismo y me dé una mano, os leo.
    Besos.

    • Carita says:

      Hola Almudena! Es normal que te sientas así pero, si ves una evolución, yo te diría que el mensaje está calando. Si le cuesta contener el enfado físicamente, quizá puedas utilizar otras estrategias más físicas para liberar esa energía. Por ejemplo. Se enfada, se bloquea, llora y pega. Lo que yo haría en tu situación:
      Primero, validar. A veces nos olvidamos de esto y vamos directamente al punto dos. Validar la emoción, siempre. Estás enfadado, furioso. Sentirse así no es malo.
      Segundo, lo que ya estás haciendo, enviar un mensaje claro y razonado para que lo vaya interiorizando. Porque sentirse furioso no es malo pero pegar duele, pegar es una frontera que no cruzamos en nuestra relación con los demás, me haces daño y es una falta de respeto (puedes profundizar bastante en el mensaje con 5 años y medio). Y marcamos el límite, que envía a su vez dos mensajes más. Que cuando pierde el control tú lo mantienes (mensaje tranquilizador: mamá sabe lo que hay que hacer aunque las cosas se desquicien) y que te respetas y marcas tus fronteras (lo que le enseñará a respetarse y marcar las fronteras en su relación con los demás).
      Y tercero, ofrecer alternativas. Pegar no es una opción válida cuando nos sentimos TAN enfadados que sentimos ganas de pegar. Vamos a ver cómo podemos canalizar esa emoción cuando la tengamos. ¿Qué te ayudaría en ese momento? Háblalo cuando estéis en calma. Pensad creativamente y proponed alternativas válidas. ¿Qué haces tú cuando algo te desborda hasta ese punto? Yo, por ejemplo, cuando me enfado y me siento muy física, me pongo a limpiar, frotar o mover algo. Alguna actividad que normalmente me resulta cansada y en ese momento me viene de perlas para liberar emoción (y para dejar la casa como la patena en diez minutos de mala leche 😀 ). A lo mejor cuando se sienta así podéis encontrar una actividad física que sirva para soltar la emoción y después llegar al consuelo, cuando ya haya calma suficiente para recibirlo.
      En la charla de Todopapás hablé un poco sobre esto. Échale un vistazo, igual te ayuda algo, la tienes en vídeos en el Facebook del blog.
      Ánimo y paciencia, lo estás haciendo muy bien.
      Un abrazo!

  3. Tristán says:

    coincido en todo salvo en lo del sofá ; )

    saltar en el sofá es divertídisimo para un niño, y encima con lo poco que pesan ¿como lo van a estropear?

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