El día que mi hija me demostró que la crianza respetuosa funciona

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Fuente: Pixabay

Cuando descubres la crianza con apego vives como un reinicio interior. Tu mente se abre y examina por primera vez conceptos que has traído siempre contigo, por lo que has visto en las relaciones entre padres e hijos, por lo que has vivido en tu infancia, por lo que sea, pero conceptos que llevas arrastrando toda tu vida y que, de pronto, están sujetos a reflexión. Porque, de pronto, te das cuenta de que algo no está bien en ellos. Y cuanto más lees sobre apego, sobre crianza respetuosa, cuanto más resuena en ti lo que vas leyendo, más te vas entusiasmando, más te vas visualizando haciendo las cosas así. Pero a veces la visualización va más allá y te imaginas cómo de bien “se va a portar” tu hijo, cómo de plácida va a ser vuestra comunicación, cómo se va a notar que a tu hijo lo estás criando respetuosamente.

Entonces tu hijo nace y llora, crece y tiene rabietas, no te hace caso, se enfada y te grita, se bloquea y se vuelve un troll de las cavernas durante un rato, vives una y otra vez las mismas situaciones con ración extragrande de paciencia y no ves resultados aparentes. Y tu mente se llena de miedos y de dudas y se hace la gran pregunta (“¿Por qué se porta así?) y el gran reproche (“¡Si yo estoy criando desde el respeto!”). Y ese es el gran error. Porque la crianza con apego, la crianza respetuosa, no funciona así.

Recuerdo que comenté algo parecido cuando compartí la estrategia de validar (tremendamente útil y necesaria, por cierto): es super tentador pensar que tenemos una varita mágica que va a actuar sobre el comportamiento de nuestro hijo y modelarlo a nuestro gusto. Pero eso sería programar desde el respeto, o adiestrar desde el respeto. Criar desde el respeto es otra cosa.

Mi hija ha llorado como todos los bebés, ha demandado lo que ha necesitado, poco en algunas cosas, mucho en otras, ha crecido, también como todos los bebés, ha entrado en los dos años, en los tres años, en los cuatro años y pronto alcanzaremos los cinco. Y en cada una de esas etapas estamos vivido situaciones normales y necesarias en su desarrollo aunque, como sé en propias carnes, no sea un gran consuelo esto de “normales y necesarias” cuando esas situaciones son difíciles para ti como madre/padre.

Las rabietas, por ejemplo, son normales. Pero el día que mi hija se bloqueó como nunca y llegó a arrancarme pelos en pleno desborde emocional lo pasé MAL. Ha habido también alguna que otra vez en la que me he sentido enfadada por algo que ha ocurrido, enfadada como persona a la que algo le duele y le remueve. Y ha habido muchas, muchas veces en las que ha sido difícil, ha sido cansado y ha sido exigente. Es decir, criar desde el respeto supone un esfuerzo.

Criar con respeto no obtiene resultados inmediatos, por mucho que tengamos automatizado que todo está al alcance de un click. Criar con respeto no es esa varita mágica de control mental. Criar con respeto es observar, es comprender, es estar disponible, es actuar desde la calma (y para eso hay que mantener la calma dentro de nosotros, algo que puede costarnos mucho en determinados momentos), es guiar desde la empatía, es ser ejemplo y es, en resumen, sembrar. Sembrar en nuestros hijos las bases de una relación sana con nosotros y, más adelante, con los demás. Sembrar en ellos los cimientos del respeto, la empatía, la comunicación, la confianza y la calma. Sembrar y regar día a día con el ejemplo enseñándoles el camino paso a paso.

Y eso lleva tiempo. Eso es un proceso. La siembra y la cosecha van de la mano pero no al mismo tiempo. Primero va una y luego la otra.

Cuando tu hijo tiene una rabieta y la manejas desde un abordaje respetuoso, ofreciendo tu soporte ante esas emociones que le desbordan, tu cariño y tu consuelo y acompañándole hasta que recupere el equilibrio, no vas a impedir con eso que AL DÍA SIGUIENTE tenga otra. Pero sí vas a sembrar ofreciendo un ejemplo vivo, real y práctico, acerca de cómo manejar una situación difícil desde la calma, cómo empatizar con el otro, cómo ayudar al que lo necesita y cómo no hay que temer nuestras emociones.

Cuando tu hijo se enfada tanto que quiere pegar o incluso lo hace y lo manejas desde un abordaje respetuoso, validando su enfado, estableciendo un límite claro que nunca cruzamos, explicando por qué, ayudándole a encontrar alternativas para expresar su enfado que no dañen a los demás, no vas a impedir con eso que AL DÍA SIGUIENTE vuelva a sentirse así. Pero sí vas a sembrar ofreciendo un mensaje coherente sobre cómo actuar, qué líneas no cruzar, cómo ponernos en la piel del otro y cómo se pueden marcar fronteras desde el respeto y el amor.

Ese es el mensaje que van a interiorizar, es la forma de manejar conflictos, empatizar, respetar y gestionar las propias emociones que van a interiorizar. Al principio, tendremos que guiar nosotros. Poco a poco, como para nuestros hijos esto será, sencillamente, “lo normal”, será lo que intenten hacer ellos en las mismas situaciones. Y cuando lleven suficiente tiempo practicando, cuando vayan adquiriendo sus propios recursos internos y dependiendo menos de los nuestros, podremos ver florecer todo lo que han interiorizado.

No podría sumar la de veces que mi hija no me ha hecho caso, que he sembrado y no he visto resultado inmediato, que le he hablado desde la calma y me ha parecido que por un oído le entraba y por otro le salía, que he tenido que repetir mil veces un mismo mensaje y luego, otras mil veces más. Alguna de esas veces me ha acariciado el cogote la sombra de la duda pero la espanto con facilidad porque todo mi ser me pide a gritos ser la madre que estoy intentando ser. Pero sí que me he sentido desarmada alguna de esas veces que papá, que tiene un poco menos de confianza en este proceso o un poco más de miedo, ha cuestionado el balance de inversión y resultado. El balance inmediato.

Hace un par de semanas me pegó un bajón y me bloqueé. Me puse francamente intratable durante un rato, esas veces que no te aguantas ni tú porque tienes un torbellino emocional dando vueltas dentro, ese bucle en el que a veces nos metemos hasta que algo nos hace clack en la cabeza y recuperamos el control. Me di cuenta, con esa parte de mí que siempre es capaz de verme desde fuera, de que estaba siendo injusta y actuando mal, porque mi tono y mi actitud respondían a cómo me sentía YO por dentro y quien se lo estaba comiendo con patatas era la peque. Pero me sentía desbordada, incapaz. Y entonces me senté en el suelo y me eché a llorar con las manos en la cara.

De repente, sentí las manos de mi hija acariciándome con una calma y un mimo de esos que reconfortan de inmediato, te pase lo que te pase. Abrí los ojos y la vi mirándome, amorosa. Con cara total de mamá que te consuela cuando te caes y te dice sin palabras «estoy aquí». Abrí los brazos, nos abrazamos unos segundos y le dije:

_ Gracias, cariño. No sabes cuánto me ha reconfortado este gesto. Me has ayudado mucho a recuperar la calma y sentirme mejor.

Lo he sentido muchas veces en pequeños detalles, en pequeños avances, en cosas que voy viendo coger un vector de dirección y van en la dirección adecuada. He intuido que sí, que todo iba calando, que ella iba integrando mensajes, interiorizando recursos propios. Que todo el esfuerzo merecía la pena, que estoy sembrando y construyendo con mi hija la relación que quiero, basada en el amor pero también en el respeto, la confianza, la empatía, la conexión.

He sentido muchas veces que la crianza respetuosa «funciona», por llamarlo mal y pronto. Pero nunca como ese día, cuando respondió algo que me atravesó:

_ ¿Cómo no iba a ayudarte cuando te sientes mal, si tú siempre me ayudas a mí cuando me siento mal yo?

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7 comments

  1. Isa says:

    No te conocía, aterricé en este blog de pura casualidad… Pero tras leer esta entrada no podía marcharme por la puerta de atrás sin decir nada.
    Me has emocionado, se me ha caido la lágrima imaginando a tu hija consolándote, tranquila, en el suelo. Y soñando que algún día mi pequeño de 11 meses lo hará también conmigo. Preveo un camino tan largo que da un poco de vértigo!!
    Enhorabuena por el blog; volveré de vez en cuando a rebuscar entre las entradas 🙂

    • Carita says:

      Hola Isa! Gracias por este comentario que me dejas… Estoy segura de que vivirás momentos muy especiales con tu pequeño, te invito a seguir por este camino tan gratificante que es la crianza respetuosa. Seguro que encuentras muchos otros posts que te gusten cuando bichees! Bienvenida 🙂

  2. Diana says:

    Me emociona siempre leerte porque me identifico. Creo que por muy respetuosa que seas y muy bien que lo intentes hacer, somos humanas. Y al leerte sonrío porque también hace poco, uno de esos días en que no puedo más y lloro, mi hijo se acercó y me dio un beso. Me dijo: mamá, ya se cura. Y ahí lloré más, jajaja, pero de alegría al ver que se está convirtiendo en una buena persona.

    Igual que cuando dice «gracias» o «perdona», cuando saluda, cuando es tan sociable… Lo estamos haciendo bien, pero a veces necesitamos que alguien nos lo diga o nos lo muestre.

    ¡Un besote!

    • Carita says:

      Hola Diana! Somos humanas, sí. Pero nuestros hijos también, y tanto intentar hacerlo bien como fallar supone un aprendizaje sobre la vida. Mi foco nunca es ser perfecta y no fallar, eso es una utopía. Pero sí intentar hacerlo bien, tener claro mi vector de dirección y así poder reconocer aquellas veces en que me salgo del camino y poder desandarlo, y reparar. Lo estás haciendo genial. Mil besos!

  3. Susana says:

    Gracias
    Por poner en palabras lo q a mi tb me pasa
    Les estamos enseñando una manera sana de relación q luego.reproducirán en su vida y estarán preparados para huir.de.las relaciones tóxicas
    Claro q funciona pero muy a largo plazo se ven.los.frutos

    • Carita says:

      Gracias a ti Susana! Cambiar patrones es difícil (cuando no lo has vivido en tu papel de hija, que es lo que hemos vivido casi todos) pero fundamental para que ellos crezcan con otros 🙂 Un abrazo!

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