Educar en positivo

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Una frase maravillosa me abrió una perspectiva nueva a la hora de educar. Se la dijo una madre a su hija de tres años en una reunión de amigos, hace aproximadamente año y medio. La pequeña se acercó clamando por agua de forma inquisitiva, esto es, un poco de malas maneras. ¡Agua!, gritó. Con toda tranquilidad, la madre comenzó a servirle un vaso de agua mientras respondía reposadamente «Muy bien pero ¿sabes pedirlo bonito?». La niña reaccionó con rapidez, sin la menor resistencia, incluso con alegría, y reformuló su petición con un tono de voz mucho más agradable: Mami, por favor, ¿me das agua?. Y tan contenta se marchó con su vaso lleno mientras yo me empapaba de la energía de ese momento.

Es un simple ejemplo, pero me pareció que encerraba mucho en qué pensar. Que podía ser un elemento inspirador a la hora de enfrentarme a esas situaciones que sin duda se iban a dar con mi hija conforme fuera creciendo. Y un punto de anclaje sencillo de recordar a la hora de embarcarme en su educación: Educar en Positivo.

Siempre hay varios caminos para resolver una misma situación. Y siempre podemos elegir cuál queremos tomar.

En el caso anterior, uno de ellos sería regañar a la niña por interrumpir una conversación gritando y sin educación. ¡Esto no se hace! Sin duda, podría ser efectivo a la hora de cambiar la conducta en sí, pero cambiándola desde la crítica y la represión. Sin aprendizaje. Sin comprensión. Sólo causa y efecto. La niña, con el paso del tiempo y a base de riñas, tendría dos alternativas: corregirse o rebelarse. Y, aun cuando corrigiese las actitudes por las que la estuviesen regañando, sólo lo haría por evitar el grito, la censura o el castigo. Una forma de educar en negativo que, por más que se lleve haciendo toda la vida, no me gusta. Sencillamente no quiero ser ese tipo de madre para mi hija. No quiero inculcarle miedo a la reacción de mamá sin más consideraciones. Quiero que comprenda por qué hay que actuar de una forma y no de otra.

Otra forma de abordar la situación, más neutra, sería insistir en la manera adecuada de actuar. Debes pedirlo por favor. Ésta era la que, hasta ese día, yo tenía en mente. Dar a mi hija una guía de cómo actuar. Esto se hace así y lo otro asá. Evitando los noes, y centrada en lo que hay que hacer. Pero algo no terminaba de encajarme y tardé un poco en descubrir qué era. Actuando así, eliminaba la parte negativa, pero sólo ofrecía un conjunto de instrucciones. Las cosas son así porque lo dice mamá. Una frase tentadora, indiscutiblemente práctica cuando las cosas se quieren complicar (¡porque lo digo yo!) pero, de nuevo, no es lo que yo quiero. Quiero que mi hija tenga su propio código interno, sus propias razones y valores para saber cómo actuar en cada caso. En los que se den bajo mi tutela, y en los que aparezcan nuevos a medida que crezca y vaya descubriendo la vida ella sola. Al final, ¿no es eso lo que todas las madres y todos los padres queremos?

Al elegir el tercer camino, esa madre con la que compartí aquella tarde de amigos, consiguió varias cosas importantes. La primera, evitar decir no. «No» es una palabra que hay que reservar para cuando es realmente necesaria pues, si se abusa de ella, pierde eficacia. Reservo el no para cuando algo es peligroso o absolutamente inadecuado. Para cuando algo es urgente o es grave. Para cuando no tengo tiempo de tomar otro camino. Básicamente para cuando la peque se me puede despeñar si sigue trepando por algún sitio, cuando viene un coche y hace ademán de continuar andando, cuando intenta morder o pegar o situaciones similares (y también para cuando todo lo aprendido no me sale y se me escapa). En otras cuestiones de menor inmediatez busco una forma positiva de explicar el mismo mensaje. Lleva su tiempo y su esfuerzo, pero merece la pena. Suena guay, ¿verdad? Y eso ¿cómo puñetas se hace? Bueno, en futuros posts hablaré bastante de eso y te contaré todo lo que he leído, aprendido y aplicado. Con su explicación, su base científica y un puñadito de truquis de los buenos. 🙂

La segunda cosa importante que consiguió esa sencilla frase fue que fuera la propia niña la que decidiese cambiar su comportamiento. No había ninguna crítica, ninguna instrucción, sólo una pregunta que hizo que la pequeña pensase. ¿Sé pedirlo bonito? Sí, sé hacerlo. Lo voy a hacer. Mira, mamá. La decisión fue enteramente suya, con la guía serena de su madre, por eso no lo hizo a regañadientes ni molesta. Lo hizo feliz. Estaba demostrando algo que había aprendido. Los niños adoran demostrar lo que saben hacer.

Y, por último, la pregunta, en términos sencillos adaptados a una niña de tres años, colaboraba en inculcar un valor. Las cosas hay que hacerlas bonito. Siempre que se sepa y se pueda. Por eso lo aprendemos y después lo aplicamos. Es bonito ser amable, pedir las cosas con respeto, pensar en cómo relacionarse bonito con los demás. Hacer las cosas bonito siempre es mejor. Y con una pregunta suave, sólo tienes que recordarle todo eso que ya le has inculcado y ya aprendió. Hasta que, a base de practicar, se interiorice. Como todo en la vida.

Desde aquí, Bea, te agradezco ese momento simple y fantástico en el que descubrí que se puede educar en positivo. Sin gritos, sin enfados, sin pulsos, sin nervios, sin complejas instrucciones, dejando que sean tus hijos quienes descubran en sí mismos lo que saben hacer, y por qué lo hacen. Porque también es mejor educar bonito.

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This entry was posted in Crianza.

2 comments

  1. Kitty says:

    Pues si, considero que es la mejor forma de hacerlo, respertando la dignidad de nuestros hijos, sin caer en la permisividad o él autoritarismo. Sabiendo cuales son sus necesidades y como fomentarlas dentro de su educación sin tener ke recurrir a castigos o premios .

    • Carita says:

      ¡Gracias por tu comentario! Está claro que cada cual escoge el camino que quiere seguir en todo, incluyendo la educación de sus hijos. Y que muchas veces las circunstancias no te permiten hacer todo lo que preferirías. Pero, ¡cuánto merece la pena intentar guiarles de forma positiva!

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