Si, las sillas de coche también CADUCAN

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Foto cedida por Tania Eloísa García-Cantos

Estamos habituados a mirar cuándo caducan los yogures, las medicinas, quizá los productos de cosmética… pero no la mayoría de productos que compramos habitualmente. Tengo ropa desde los 20 años en el armario, la nevera de mi madre se hizo mayor de edad la pasada primavera y diría que algunas pelusas de mi casa, de esos rincones a los que el robot no llega, empiezan a tener más solera que yo. Y no pasa nada porque la mayor parte de las cosas que usamos cada día no tienen una fecha de caducidad específica. Las reglas de uso están determinadas por algo muy sencillo: que no se nos rompa (o estropee). También estamos acostumbrados a lo de «mi hermana me deja la silla que llevaron mis sobrinos» (los tres, en distintas épocas) y a veces se ven verdaderos fósiles en los coches que quizá fueron seguras en el cambio de milenio pero, desde luego, ya no tienen buena pinta.

Y lo que muchas veces no sabemos es que las sillas de coche caducan y tienen una fecha límite determinada que garantiza que cumplan su función protectora adecuadamente. Ahora bien, ¿cómo me entero yo de esto? ¿Cuánto puede usarse una silla de coche desde su fecha de fabricación y por qué no deberíamos forzar los límites recomendados por el fabricante? 

La mayoría de los fabricantes recomiendan usar la silla de coche un máximo de diez años desde su fecha de fabricación pero puede ser menos (la recomendación específica del fabricante suele venir en el manual de instrucciones, ese que nunca mira nadie; a partir de este máximo, el fabricante no garantiza la seguridad de la silla y no se hace responsable en caso de siniestro). Mucho cuidado con esto porque pensamos normalmente en su fecha de compra y no son lo mismo. Una silla puede llegar a pasar tranquilamente uno o dos años en almacén antes de que la compremos así que, si contamos diez años a partir de lo que diga el ticket de compra, nos podemos pasar.

Lo mejor es confirmar la fecha de fabricación en la propia silla. Para ello, solo tenemos que encontrar dos símbolos con forma de reloj grabados en la estructura de la silla. Estos relojitos marcan el año y el mes en que se fabricó. O bien, buscar la fecha de fabricación en formato MM/AA en la etiqueta que va pegada al chasis o cosida a los textiles (junio de 2017 sería 0617). Lo he visto de las dos formas aunque, la verdad, ignoro si todas las sillas llevan ambas o si depende de algún factor que a mí se me escape. Así que por si acaso os digo las dos para que, de una forma u otra, lo encontréis.

La homologación de la silla también nos puede ayudar a tener una referencia, mientras localizamos la fecha exacta de fabricación o si alguien nos ofrece prestarnos una silla (otro día hablamos de los riesgos de esto) que aún no tenemos en nuestras manos. Por ejemplo, si vemos que la silla tiene está homologada con la normativa R44/03 o R44/02, con toda seguridad está fuera de su tiempo máximo de uso, pues ambas están obsoletas desde hace más de diez años. La silla que usó el primo Juanito, que ahora está terminando la universidad, podría entrar en esta categoría.

La normativa I-Size o R129 (otro día hablamos de los riesgos de esto) es la que más garantía nos ofrece de que la silla sea relativamente nueva, ya que la primera fase de esta homologación entró en vigor hace poco más de cinco años, en julio de 2013.

Si la silla está homologada con la normativa R44/04, no vamos a tener ninguna referencia clara ya que la silla podría tener tanto dos años como doce por el amplísimo tiempo que esta normativa lleva en vigor, así que en este caso no nos vamos a librar de buscar los relojitos.

Y si no hay manera de encontrar ni fecha en la etiqueta ni relojes por ningún lado y por tanto no podemos saber con certeza la fecha de fabricación, la recomendación es descontar dos años a la fecha de compra para contar con margen, en el caso de que justo la silla que nos llevamos a casa se haya pasado una buena temporada en la tienda esperando por nosotros, en plan «es el destino.

O, mucho mejor aún, ponernos en contacto con el fabricante para que nos resuelva todas las dudas. Que a veces, por no hacer una llamada nos complicamos y, como decían Cruz y Raya, complicarse pá ná es tontería 🙂

Bien, y una vez que lo tenemos todo claro, llega la gran pregunta: ¿y esto por qué?

Como ya os conté en verano cuando hablamos de cómo afecta el calor a los materiales de la silla y cómo minimizar estos efectos negativos para que no afecten a su vida útil, la explicación se encuentra en la llamada «fatiga del material».

Las sillas de coche se componen fundamentalmente por dos tipos de materiales: materiales plásticos y material de absorción. En el caso de los plásticos, los cambios de temperatura entre verano e invierno cada año, los cambios de humedad, la exposición al sol y el paso del tiempo hacen que envejezcan y se degraden, se vuelvan más frágiles y quebradizos, perdiendo propiedades fundamentales que pueden comprometer la seguridad, como elasticidad y plasticidad. Si esos cambios han sido muy bruscos por las condiciones del lugar en el que vivimos, por haber tenido el coche durmiendo en la calle y expuesto al clima, la lluvia, la nieve y el sol, los materiales pueden degradarse aún más rápido.

También puede verse afectado el material de absorción de la silla, generalmente poliestireno (corcho blanco, para los amigos), que puede perder elasticidad y ser menos efectivo al absorber la energía de un impacto.

Todo esto hace que, a partir de cierto nivel de deterioro, la silla deje de garantizar la seguridad al 100%. Y con algunas cosas no se juega, ni nos la jugamos, como con que un plástico casque al absorber la energía de un impacto o el material de absorción no cumpla su función minimizando la energía que llega al niño en última instancia para protegerle. Y mucho ojo, que todo esto no tiene por qué verse, puede ser interno.

Hay desgastes que sí pueden verse a simple vista y que son motivo para que NO usemos la silla y, o bien busquemos un repuesto en perfecto estado si es algo que se pueda cambiar o desechemos la silla. Por ejemplo, un arnés muy gastado por un uso prolongado, el roce o el contacto continuado con productos abrasivos a la hora de limpiar la silla. O una hebilla oxidada. Cualquiera de los dos podría romperse o soltarse ante la energía de un impacto.

En resumen, el amor y la hipoteca pueden durarnos toda la vida pero las sillas de coche no. Estamos hablando de un elemento de seguridad así que seguir las recomendaciones para un uso adecuado puede ser de vital importancia. Comprobad muy bien cuándo se ha fabricado vuestra silla, respetad la fecha de caducidad que marca el fabricante y, ante el menor signo de deterioro, no os la juguéis ni un pelo.

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