Guía básica para no volverte loca por no ser una madre perfecta

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Fuente: Pixabay

A lo largo de mi (corta) experiencia como madre me he dado cuenta demasiadas veces de lo mucho que me exijo, de lo muchísimo que espero de mí misma. Abrir la puerta al conocimiento y evolucionar según vas aprendiendo cosas que desconocías cierra otras puertas. Desde que sé qué llevan las salchichas, me siento incapaz de comerme una. A veces me descubro añorando terriblemente un perrito caliente pero es que ya sé de qué está hecho (ughh). Lo visualizo y se me cierra esa puerta. Ya no la quiero cruzar, porque ya sé lo que hay al otro lado.

Con muchas de las cosas que he ido aprendiendo sobre crianza me pasa lo mismo. Y aprender está muy bien. Descubrir, investigar, empoderarse. Pero te va creando un nivel de exigencia del que no eres consciente hasta que vives condicionada por él.

Es curioso… Como persona, sé que tengo cosas «buenas». Por ejemplo, soy compasiva, creativa, inteligente, cariñosa. También muy sincera, hasta el poco recomendable punto del sincericidio en ocasiones. Por eso puedo listar muy bien también las cosas «malas». Soy insegura, terca, gruñona, visceral. Dejémoslo en que tengo mis más y mis menos. Pero, aunque intento ser la mejor versión posible de mí misma (salvo cuando se me olvida 🙈), nunca he intentado ser PERFECTA. Tengo tan claro que eso es imposible que ni me lo planteo. Ni siquiera me gustaría.

Y, sin embargo, ¿cuántas veces me he descubierto a mí misma intentando ser una madre PERFECTA? Sin saber siquiera cómo es eso pero intentándolo en un bucle agotador. Parando al darme cuenta. Volviendo a intentarlo al olvidarme otra vez de lo absurdo, inútil y antinatural que es. Porque mi hija no necesita una madre perfecta. Necesita una madre humana. Una madre REAL.

¿Estás intentando ser una madre perfecta? Olvídate. Las madres perfectas no existen. Sé una madre consciente, que ya es.

1. Libérate de la presión

Cuanto más consciente es nuestra maternidad, más sabemos lo que queremos y lo que no queremos en ella. Con más fuerza sabemos qué fronteras no queremos cruzar y cuál es el camino ideal por el que querríamos ir. Y eso está genial. Tener claro hacia dónde queremos ir es importante. Pero sin presionarnos y dar cada paso como si tuviéramos miedo de pisar una mina.

Tropezarse es algo natural. No tiene que ser todo perfecto, de verdad que no. Tienes un mapa interior pero no tienes que seguirlo con la presión de no poder dar nunca ningún paso en falso. Si mantienes un vector de dirección siempre podrás recalcular el recorrido cuando te desvíes sin querer (como la señorita del GPS a la que vuelvo loca cada dos por tres) y seguirás avanzando, aunque tardes un poquito más 🙂

2. No vas a provocar ninguna catástrofe

Sí, alguna vez la vas a cagar te vas a equivocar. Como en todo lo demás. La maternidad no otorga el poder de la infalibilidad.

Si quieres a tus hijos y buscas lo mejor para ellos, no sufras. Las cosas no serán perfectas pero no vas a destrozar sus vidas si un día, o dos, o cinco, no manejas las cosas con calma porque no la tienes, ni se va a acabar el mundo si descubres que esas tortitas de arroz integral que les dabas pensando que eran sanísimas llevan un montón de arsénico y no eran lo más adecuado. Esto NUNCA me ha pasado a mí en particular (ejem).

3. Lo más importante no es no fallar, sino rectificar

Nadie se libra. Aquí va a meter la pata hasta el apuntador y con niños yo diría que más aún, porque criar es difícil, es exigente y es cansado. Y cuando estamos cansados hacemos las cosas peor. Si nos sintiéramos permanentemente como en una idílica foto familiar de instagram seguro que daríamos nuestro 100% pero por muy monos que sean los niños (o nosotros) va a haber muchos días en los que nos vamos a sentir malabaristas a los que continuamente se les cae una bola en cuanto consiguen controlar otra. Y muchos días a lo mejor no tenemos paciencia. A lo mejor no tenemos claridad mental. A lo mejor sólo tenemos mucho, mucho sueño y mucho, mucho estrés. Y la pifiamos en algo que hubiéramos querido hacer de otra manera.

Pero los errores se pueden rectificar y los daños se pueden reparar. Y eso sí que es importante. Eso no te lo saltes.

¿Metiste la pata? Sé honesta con tus hijos. Asúmelo sin intentar justificarlo. Rectifica. Repáralo. Intenta no repetirlo en lo posible, esforzándote en ello. Y sigue adelante.

4. Todo enseña, incluido lo que hacemos mal

El día en que comprendí que los errores enseñan lecciones tan valiosas como los aciertos me volví una madre mejor. Una menos agobiada y más feliz.

Yo intento siempre hacer las cosas lo mejor posible, ser la mejor madre posible, dar lo mejor de mí a mi hija. Intento equivocarme lo menos posible pero, cuando lo hago, sé que también de ahí vamos a sacar algo bueno. Sé que con cada metedura de pata enseño a mi hija que soy humana, que no siempre las cosas nos salen bien y que cuando eso pasa, siempre podemos y debemos repararlo e intentar mejorar. Sé que la mejor forma de enseñárselo es la de siempre, la más honesta: el ejemplo.

No sufras si te equivocas, exprímelo para extraer todo el aprendizaje que os puede aportar tanto a tus hijos como a ti, que es mucho. Lo que más enseña en la vida es equivocarse.

5. La culpa no vale para nada bueno

Ni Chip y Chop, ni Pili y Mili. La pareja más inseparable y unida del mundo es la Maternidad y la Culpa. Así, con mayúscula.

Como madres, nos sentimos culpables por TODO. Por lo que hacemos (y no hacemos), por lo que pensamos (y no pensamos), por lo que sentimos (y no sentimos). Por lo que somos (y no somos). Lo sé. Es casi imposible mantener la culpa a raya. Queremos tanto y de una manera tan primaria y brutal a nuestros hijos que percibimos todo lo que no va como querríamos, por pequeño que sea.

Pero sentirse culpable como madre permanentemente no te va a ayudar a mejorar nada. Al contrario. Así que dale una patada en el culo a la culpa y mándala lejos. Donde te deje vivir tranquila tu maternidad (o vivir tranquila tu vida en general).

No te vuelvas loca por no ser una madre perfecta. Eso es como los gamusinos, de verdad que no existen aunque alguien te diga que los haya visto. Existen las madres reales, las madres humanas. Sé una de esas. La mejor que puedas. Caminando hacia donde quieras ir en tu maternidad, tropezándote sin culpas y reparando para enseñar con tu ejemplo. Sé una madre feliz, que es mucho mejor que una madre «perfecta» 🙂

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