«Si no te lo comes, me pongo triste» y otras formas poco recomendables de enfocar la alimentación infantil

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Fuente: Pexels

Ya he hablado otras veces del método que hemos seguido en casa (BLW) en el tema de la alimentación infantil. Aunque, si tengo que ser sincera, decir que hemos seguido un método o que hemos hecho algo concreto me rechina, porque lo que yo siento es precisamente lo contrario. Que hemos dejado que aprenda a comer con naturalidad, paciencia, confianza y tiempo, en un proceso en el que hemos decidido no hacer muchas cosas bastante extendidas que no nos parecían recomendables. Hoy comparto con vosotros todo eso que NO hemos hecho en casa con nuestra hija, y el por qué.

Obligarla a comer lo que no le gusta

Creo que no podría llegar a expresar con la suficiente profundidad la cantidad de veces que a mí me han intentado obligar a comer coliflor o judías verdes cuando era pequeña. Sí puedo explicar el recuerdo de quedarme delante del plato de coliflor durante HORAS hasta que mi madre quitaba el plato de la mesa. Y no creo que fuera porque «yo le ganaba la batalla». Si hubiera estado convencida de que eso era necesario, lo que tenía que hacer como madre, lo habría hecho. Como cuando me tenía que poner un supositorio, que ahí ya podía yo apretar el culo o correr por toda la casa. Ahí el supositorio entraba. Doy fe.

Lo que creo, con los años y como la madre que ahora soy, es que lo hacía sin convicción. Porque eso es lo que se hace para que los niños coman de todo, porque es lo que hicieron con ella o vio hacer y porque había que intentarlo. «La niña no come coliflor ni aunque la obligue». No. A la niña lo que le pasa es que no le gusta la coliflor y no se la quiere comer. Es más, los niños, a medida que crecen, pasan por amores y rechazos a determinados alimentos que siguen su propio curso si no intervenimos, lo respetamos y no terminamos haciendo que, sin querer, sea peor el remedio que la enfermedad.

Puedo decir con meridiana claridad que odio la coliflor con toda mi alma y que es ver judías verdes y erizárseme el labio superior en una mueca incontenible de asco. Y sí, al crecer incorporas alimentos que de pequeño no comías. Pero eso tiene que ver con las decisiones de la etapa adulta y no con la eficacia real de obligar a los niños a comerse este alimento porque lo digo yo, aunque no le guste. Y algunos se quedan grabados. Estoy convencida de que esas tardes eternas frente a una coliflor lo único que hicieron fue convertir el rechazo inicial en aversión.

Francamente, lo que me parece importante es que mi hija coma de todos los grupos de alimentos, no todos los alimentos en sí que existen. Si le gustan todas las frutas menos la manzana, ¿por qué obligarla a comer manzana? Que siga comiendo peras, fresas, sandías, cerezas, melocotones, arándanos, mandarinas, uvas… y no coma manzanas si no le agradan. No tengo ningún problema con eso.

Mezclar la comida con las emociones

En la generación de los abuelos sobre todo se lleva mucho eso de «si no te lo comes, me pongo triste», acompañado de una carita pachona que muestre esa pena que le va a entrar al pobre abuelo si el niño no se toma el trozo de pollo a la plancha pinchado en el tenedor. Lo he visto hacer muchas veces, algunas con éxito y otras con fracaso absoluto. Pero aunque funcione y aunque se haga con el máximo amor y la mejor intención, no deja de ser un chantaje emocional. ¿Nos parece bien manipular a nuestros hijos emocionalmente para que coman?

Yo no quiero que mi hija coma para que yo esté contenta o para que yo no esté triste. Ni quiero que coma o deje de comer cuando ella se sienta contenta o se sienta triste (mucho cuidado con mezclar la comida con las emociones). Quiero que coma porque ha aprendido a reconocer e interpretar las señales que le manda su cuerpo y empezar a comer cuando siente hambre y parar de comer cuando siente saciedad.

Porque, volviendo a lo mismo de lo que hablamos siempre, mi objetivo no es que mi hija coma, ni que coma MÁS, ni que se lo coma TODO. Mi objetivo es que mi hija aprenda a relacionarse de forma sana con la comida y el comer.

Mezclar la comida con premios, castigos o amenazas

Comer es alimentarse y darle al cuerpo los nutrientes que necesita para funcionar. Comer o no comer ya llevan el premio y el castigo en sí mismos: me alimento y estoy sano o paso hambre y me pongo enfermo.

«Si te tomas la verdura te doy natillas de chocolate de postre» o «como no te comas la verdura, te quedas sin natillas de chocolate de postre», según se enfoque desde el premio o desde el castigo, son frases peligrosas. Con ellas podemos conseguir que el niño se coma, efectivamente, la verdura. Pero en realidad lo que estamos consiguiendo es:

  • Convertir el alimento sano (la verdura) en algo poco deseable. Cuando no haya premio/castigo, la evitará.
  • Enfatizar que el producto insano (las natillas) es un PREMIO muy deseable y que no tomarlo es un CASTIGO.
  • Introducir en la mente, muy primaria, de nuestro hijo que los alimentos son objeto de trueque y, por tanto, herramientas de poder (si quiero unas natillas, voy a utilizar la verdura para conseguirlas; si veo que tocan verduras, voy a tratar de obtener unas natillas por ellas).
  • Distraer del verdadero objetivo: una relación sana con la comida.

Lo mismo ocurre si utilizamos amenazas («como no comas te vas ahora mismo a la cama»). Quizá consigamos el objetivo aparente, que coma lo que queremos que coma, pero confundimos el objetivo principal: que coma porque el cuerpo necesita alimentarse y no por ninguna otra razón atractiva o disuasoria que nada tenga que ver con ese proceso fisiológico y necesario de nuestro organismo.

Distraernos de la verdadera razón por la que comemos (el hambre, cuando el organismo nos indica que lo necesita) y paramos de comer (la saciedad, cuando el organismo nos indica que no necesita más) puede llevarnos a una relación poco saludable con la comida: dejar de comer adecuadamente por cuestiones estéticas que pueden volverse patológicas, comer por ansiedad o para llenar un vacío…

Hacer trampas para engañarla

Las hay múltiples y muy variadas:

  • Meter la cuchara en la boca y taparle la nariz.
  • Intercalar una de puré, una de yogur o algo que le guste, para colarle lo que no quiere.
  • Dar una cucharada y automáticamente ponerle el chupete para que trague y no escupa.
  • Ponerle la tablet o cualquier dispositivo que haga que se concentre en lo que ve, y aprovechar la distracción para embutirle la comida.
  • Poner una puntita de algo dulce en la cucharada de puré para que se lo coma.

No hemos utilizado ninguna de ellas, nunca. Nuestro objetivo principal nunca ha sido «que coma», sino que aprenda a comer y a relacionarse con los alimentos y nunca nos hemos desesperado con eso (que es lo que suele hacerte llegar a estas estrategias de engaño) pero, también… no nos parece correcto.

Insistir hasta la rabieta en que coma «un poco mas»

Confieso que alguna vez el impulso incontrolable de negociar el último trocito se ha apoderado de mí. Esta quizá sea la más difícil de evitar porque a las madres y padres, por definición, nos agobia que nuestros hijos no se alimenten lo que deben. Pero, de nuevo, interferir no ayuda a conseguir ese objetivo principal que repito tan cansinamente: que coman cuando tienen hambre, paren cuando se sacien y reconozcan y sigan las señales que les mandan SUS propios cuerpos. Esto sucede como todo lo demás, con aprendizaje. ¿Qué es lo peor que puede pasar si no come un poquito más? ¿Que haya comido poco? Bien, entonces experimentará hambre y aprenderá que ha comido menos de lo que necesitaba. Así reconocemos todos las señales de nuestros cuerpos… o lo haríamos si no estuviéramos habituados a comer o no comer por criterios que nada tienen que ver con ellas, sino con el tiempo, la estética o la costumbre social.

Para nuestra enorme fortuna, vivimos rodeados de comida. Nuestros hijos no corren ningún riesgo de pasar hambre pero sí de sufrir obesidad si interferimos continuamente en sus señales de hambre y saciedad hasta que no sepan ni reconocerlas. Y no podemos olvidar que los niños experimentan picos de crecimiento y de estancamiento, en los que las necesidades nutricionales varían ostensiblemente. Yo no tengo la misma hambre cada día, ni en cada comida, y sigo razonablemente las señales de mi cuerpo. Con más razón debo respetar las de mi hija. Su cuerpo sabe muchísimo más que yo sobre lo que necesita comer en cada momento.

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Y, si quieres contarme tu punto de vista o tu experiencia, me encontrarás siempre al otro lado en comentarios o en redes 🙂

 

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7 comments

  1. Casfer says:

    Hola, yo ahora soy madre y mi relación con la comida es normal pero de niña era «mal comedora» . En mi casa nunca me forzaron físicamente a comer ni me chantajearon emocionalmente ni con premios ni me entre tenían con dibujos pero en la comida me sentía observada continuamente, con frases tipo » venga, come….» » pero si la comida te crece….» etc. Para mi era angustioso que me observaran, me sentía juzgada. En el comedor del cole me castigaban sin salir al patio hasta terminar, lo que era físicamente imposible. Al final me sacaron del comedor porque acabas aprendiendo tretas como esconder comida, llevarla en la boca hasta ir al baño, o salir del cole a las 5 con bolo de carne y mirarme mi madre en plan, no me lo puedo creer….en fin, un horror . Menos mal que mi madre entendió que lo pasara mal y no estuve mucho…
    Cada persona come de forma única y puede que los que comemos poco seamos justamente al revés de lo que se piensa, más saludables pues necesitamos menos comida para alcanzar niveles de salud y energía equivalentes, yo siempre hice mucho deporte y no sufrí anemia a pesar de que jamás merendé un bocata de jamón ni me terminé un plato de macarrones, ni llegaba al postre nunca aunque fuera helado!!! Ja ja ja… Espero que os sirva mi experiencia.

    • Carita says:

      Hola! Muchas gracias por compartir tu experiencia, que puede ser de ayuda a muchas familias para comprender que los ritmos de cada niño son distintos también en la alimentación y que mientras no haya ningún problema de salud, pérdidas de peso, etc, lo mejor es no interferir. Un abrazo!

  2. Marta says:

    Tengo una postura en cuanto a la relación de mis hijos con la comida muy parecida a la tuya. Si bien es cierto q mi hijo come de todo, mi hija no come casi de nada, y come muy poca cantidad. Como sigue creciendo y sana, no me preocupa. El año que viene empieza el colegio y sé que van a obligarla a comer de todo y mucha más cantidad de lo que come en casa, y me temo que no cambiarán la forma en que lo hacen con todos los demás niños tan sólo porque lo diga una madre… La verdad es que, claro que pretendo dejarles claro mi punto de vista, pero me da miedo que no sigan las mismas directrices… Qué harías?

  3. Ratoncito says:

    Sí, yo también lo veo así….aunque de vez en cuabdo caigo en el chantaje, si hay algún postre ya “planeado” – la abuela le compró huevo kinder o hemos quedado para merendar churros o helado – de decirle que los que no comen la comida normal tampoco podrán comer el dulce….
    Eso sí, difícil es para unrato, que llevamos ya un año con la huelga de verduras y de Esto no me gusta y esto tampoco aunque hace dos meses se lo comía encantada….

    • Carita says:

      Es que es difícil, tenemos la tendencia muy interiorizada y a veces se escapa algo, también porque se mezcla que sea «comida» con lo que esté sucediendo en ese momento (cansancio, prisa y otras circunstancias) y lo intentas resolver por donde puedes. Lo importante es tener el vector de dirección claro, como en todo, no tanto ser perfectos siempre porque eso es imposible 🙂 Respecto a las huelgas y cambios, paciencia y no le des mucha importancia, que sigan su curso a ver a dónde llegan, que muchas resuelven solas con el tiempo, hay fases. Si no come X, que coma Y. Si no quiere un formato, prueba otro. ¿Has visto mi post de empanaditas saludables? Hay unas de calabacín que están riquísimas y se las comen todos, les guste la verdura o no. Ánimo!

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