Antes de tener hijos

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Fuente: Pixabay

Antes de tener hijos, septiembre era para mí un mes de relax. Un mes para escaparme a la playa cuando casi todo el mundo ya había vuelto, para tener la orilla solo para mí y olvidarme del mundo, para disfrutar retrasando el final del verano todo lo posible. Ahora, aunque lo he pospuesto hasta el ultimísimo instante, septiembre ya me ha pillado, por fin, y se me ha llenado de reuniones de padres, de adaptaciones, de horarios fijos, de baños, cenas y madrugones.

Antes de tener hijos pensaba que cansarse era trabajar mucho, ir de compras en rebajas o hacer una mudanza, por poner algún ejemplo. Ahora, sé que era una floja que no sabía nada del mundo y de la vida y que no hay deporte más intenso ni agotador que la maternidad.

Antes de tener hijos creía que lo peor que me podía pasar a la hora de dormir era tener que madrugar a la mañana siguiente y que dormir poco era quedarse hasta muy tarde viendo la tele en día de diario. Ahora, sé que aquellas noches son un sueño, y que el mío nunca volverá a ser igual, porque desde hace tres años duermo con un ojo abierto y el otro cerrado y, si oigo mamá en sueños, me despierto buscando un vaso de agua en automático (por lo menos ya no me saco la teta, también en automático).

Antes de tener hijos, cuando me preguntaban por una película yo respondía, «sí, esa la he visto». Ahora, lo que respondo es «sí, esa la veo». Porque las veo en bucle y de continuo. Y por supuesto, todas del mismo género. Soy más chica Disney que Selena Gómez.

Antes de tener hijos veía a algunas mujeres desastradas caminando por la calle y, con mi abrigo molón, mis tacones y mis labios rojos pensaba para mis adentros, tengo que intentar no descuidarme con el paso del tiempo. Ahora, sé que eran madres y que tenían el mismo tiempo y las mismas fuerzas que yo para arreglarse por las mañanas y que, probablemente, les importaba lo mismo que a mí en estos momentos.

Antes de tener hijos, temía que llegase un momento en el que, echando de menos ese pasado de lustre y libertad que ya nunca volverá, lamentase haberme convertido en madre «para siempre». Ahora, sé que nada brilla más que mi presente, porque no cambiaría todas esas maravillas perdidas por una sola de las sonrisas de mi hija. Una sola. Ya ni hablemos de un te quiero mami.

Antes de tener hijos yo sabía que los querría. Mucho. Muchísimo. Ahora, comprendo que nada me preparó para este amor devastador y absoluto que siento por mi hija. Este amor que sólo persigue su bienestar, su felicidad. Este amor que me hace mejor persona, que me ilumina en todas mis sombras y me fuerza a superarme, que me sirve de espejo, que me espolea, que me vuelve valiente, fuerte, invencible, incluso adulta, si es por ella.

Antes de tener hijos, yo pensaba que lo peor que me podía pasar era sufrir. Yo. Ahora, sé que no hay nada peor en el mundo que verla sufrir a ella. Nada. Y que lo cambiaría sin dudar, con los ojos cerrados.

Y, por supuesto, antes de tener hijos yo era mucho mejor madre de lo que soy ahora. O eso me creía. Como creía que sabía mucho de niños, que sabía todo lo que había que hacer y, sobre todo, que sabía todo lo que NO hay que hacer y yo, obviamente, no haría (esto da para uno de los famosos «YoNunca» universales, un día escribiré los míos). Ahora, sé que siempre se crían mucho mejor los hijos que tienen los demás (sobre todo cuando tú todavía no tienes) y que los propios te revolucionan la vida y todo lo que pensaste alguna vez en ella.

Porque antes de tener hijos, creía que yo les enseñaría todo lo que sé. Pero ahora… ahora, tengo claro que es mi hija la que me está enseñando a mí todo lo que no sé yo.

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