Ni manguitos ni flotador ni churro: ninguno protege por sí solo

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Fuente: Pixabay

Ni manguitos ni flotadores de unicornios ni churros. Ni hinchables ni de poliestireno. Ni fijos ni desmontables. Ningún elemento de flotación protege por sí solo. Hale, a la porra todas las compras del verano en un momento (lo siento). ¿Ninguno PROTEGE? No. Y es muy importante que lo tengáis claro cuando los peques se metan en la piscina o en la playa porque ser consciente de ello es la única forma de protegerlos de verdad.

Todavía recuerdo aquella burbuja rosa de corcho que se ataba con una correa a la cintura y me daba por saco molestaba todo el tiempo cuando me metía en la piscina. También la sensación de llevar unos manguitos que eran un poco ortopédicos pero tenían dibujitos y eso, a mis cinco años, era lo más de lo más. Seguro que tuve también flotadores, aunque no me venga a la mente ninguno en particular. Recuerdo que todos aquellos trastos me hacían sentir más segura. Me imagino que a mis padres también les infundiría tranquilidad aunque en mis recuerdos siempre les veo cerca cuando me bañaba, atentos.

Hacían muy bien porque el problema de manguitos, flotadores, churros y demás es precisamente ese: crean una ilusión de seguridad. La idea equivocada de que te protegen. Pero no es lo mismo ayudarte a flotar que protegerte y, en el momento en el que como padres nos fiamos demasiado de ellos y nos relajamos, es cuando nos arriesgamos a que pase cualquier cosa.

El flotador es quizá el más peligroso de todos, aunque lo tengamos integrado como «de toda la vida». Con un flotador pueden pasar muchas cosas: que se pinche sin que nos enteremos, que el peque levante los brazos y se cuele por el agujero, que jugando se dé la vuelta y quede flotando pero cabeza abajo… Teniendo en cuenta esto, confiarse porque se fue al agua con el flotador y dejarlo sin vigilancia puede terminar muy mal.

Los manguitos, aunque también son muy populares, tampoco están exentos de riesgos. También pueden pincharse (salvo los de poliestireno), deben ser de la talla adecuada (hay que mirarlo muy bien porque si son grandes se salen) y deben estar bien hinchados aunque, aun así, entre el agua y la crema solar puede pasar algo como esto:

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Los chalecos son más seguros, en principio y en esencia, siempre que sean de la talla adecuada (lo mismo, si se les sale no sirve para nada) y tengan arnés abajo para que no se volteen ni se suban por encima del cuello pero incluso con un chaleco el peque puede desestabilizarse e irse hacia delante. Cuando son muy pequeños esto puede provocar que la cara se les meta bajo el agua aunque estén flotando y con el chaleco bien sujeto. Por otro lado, aunque normalmente llevan un «protector» para que el niño no pueda acceder a la cremallera los no tan peques se las suelen ingeniar para quitarse cualquier cosa. Así que con un chaleco tampoco nos podemos relajar.

Los churros tampoco están mal, sobre todo porque obligan al niño a sujetarse activamente y a los padres a estar más pendientes pero no podemos confiarnos. Tanto si lo llevamos anudado como si lo colocamos enrollado en la cintura (con uno de estos chismes que nunca aprenderé cómo se llaman, también de corcho, que une ambos extremos) se pueden soltar y si es el peque quien lo sujeta se le puede escapar. Y los niños son niños… mi hija el verano pasado se puso un día como loca chillando que quería ellaaaaaaa solaaaaaaa y soltando el churro sin saber nadar. Menudo chuzo se agarró porque no se lo permití (básicamente porque es que no sabía nadar NADA y en cuanto se soltaba se hundía a lo ancla, en vertical). La tuve que sacar en brazos de la piscina llorando desconsolada y validar la rabia horrible que le daba eso de «ni con churro ni sin churro tienen mis penas remedio, con churro porque me enfado y sin churro porque me ahogo».

Los bañadores con barritas de flotación tienen la ventaja de que no se sueltan pero tampoco ayudan a mantener una postura que deje la cabeza fuera del agua y, si los peques se desestabilizan, se les puede meter dentro y quedarse flotando en posición horizontal.

Y las colchonetas, ya tengan forma de cangrejo, trozo de sandía o flamenco gigante, son únicamente un elemento de diversión en el que no conviene despistarse ni jugando. Si sale disparada y no sabes nadar, adiós y si se te va el santo al cielo tumbado en una te puedes llevar una sorpresa. Todavía recuerdo un día que me quedé traspuesta en una en plena ensoñación interior y al abrir los ojos me vi poco menos que a medio camino de Ibiza. Y tenía veinte años.

En resumen: NINGUNO protege por sí solo. Con ninguno nos podemos relajar. Ninguno nos puede sustituir. Por algo la magnífica campaña de la Asociación Nacional de Seguridad Infantil se llama #OjoPequealAgua y no #DaleAlgoQueFlote. Porque la clave no es flotar, es no quitar ojo.

¿Significa esto que no podemos/debemos comprar ninguno? No, por supuesto. Como elementos de ayuda están bien y también son divertidos. Pero NO son elementos de salvamento. Lo que no podemos/debemos es confiarnos y dejar de vigilar a los peques porque los lleven puestos.

Mi hija nació en junio, así que nuestro primer verano juntos consistió en baños solitarios por turnos mientras el otro salivaba desde la sombrilla. El segundo verano, con año y pico, compramos un megaflotador de esos con braguilla para sacar las piernas y que pudiera interactuar con el agua mínimamente, aunque fuera girando en plan trompo con las piernas dentro del agua, que es básicamente lo que más hizo esas vacaciones. El siguiente verano, con dos años, incorporamos un churro enrollado en la cintura y el año pasado los manguitos. Nos hacían más cómodos los baños porque no teníamos que ocuparnos de que ella flotara, solamente acompañarla, estimularla para nadar o jugar con ella. Este año ya empezamos a probar sin manguitos en la piscina pequeña o en el mar donde no cubre y a hacer pinitos nadando sobre un brazo o cogida de las manos. Pero hay un elemento común en todos nuestros veranos. Siempre, y cuando digo siempre es SIEMPRE estamos con ella o vigilándola.

No le quito ojo de encima a la niña cuando está en el agua o junto al agua salvo que sepa que papá ya se lo tiene puesto y yo me puedo relajar porque se ocupa él. ¿Exagerada? Para nada. Sólo hacen falta 6 cm de profundidad para que un niño se ahogue. Sólo hacen falta tres minutos para que un niño de ahogue. No me la juego.

Quizá porque tengo un caso cercano que hace que mi miedo no sea una cosa informe e histérica sino algo real y tangible. Una amiga de mis padres perdió a su hijo de dos años en la piscina de su casa. Un despiste, un momento, un no se sabe cómo… y el peque se acercó a la piscina persiguiendo un juguete, cayó solo al agua y se ahogó. Y es que parecen cuentos para meter miedo, parecen leyendas urbanas, parecen historias de vieja chocha alarmista pero el agua, aunque divertidísima, también es peligrosísima para los más peques y la única forma de prevenir un susto o una desgracia es esa, estar atentos en todo momento, lleven lo que lleven.

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