Estrategias: Cómo verbalizar para ayudar a tus hijos a procesar sus emociones

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Foto: Pixabay

Continúo con la serie de estrategias útiles para esas pequeñas situaciones difíciles de gestionar que nos encontramos todos los padres y madres, en el día a día, y lo hago con una que no tenía prevista todavía pero que se ha decidido ella sola pues, esta semana, la estoy teniendo que aplicar intensamente con mi hija y la tengo muy, pero que muy presente. Vamos, que estos días no paro de verbalizar. Así que, ya que estoy a tope con la práctica, voy a tratar de desarrollar la teoría contándote a qué me refiero y por qué es importante 🙂

¿Por qué verbalizar?

Todos sabemos que hablar ayuda y que, muchas veces, no conseguimos comprender y superar una emoción hasta que no logramos ponerla en palabras que la definan, la dimensionen y nos permitan «ordenarla» en el cerebro.

Y es que el cerebro está muy bien diseñado y, para poder procesar todo adecuadamente, debemos haberlo integrado. Aunque uno de mis libros de referencia (El cerebro del niño) lo explica muchísimo mejor que una servidora, lo intentaré yo también.

Cuando vivimos una situación que nos mueve a nivel emocional, el que está actuando nuestro hemisferio derecho. Es, básicamente, quien se encarga de hacernos percibir el lenguaje no verbal, de nuestras emociones, de la intuición y la creatividad. El hemisferio derecho es desordenado, un batiburrillo de señales, impresiones, recuerdos y emociones y está muy conectado con el cuerpo y con las zonas más inferiores del cerebro, como la amígdala, que nos mueven a un nivel visceral.

Cuando un amigo nos mira con una expresión extraña, cuando percibimos algo con el rabillo del ojo que nos mosquea, cuando entramos en un lugar en el que todo el mundo llora, cuando alguien, por intuición, no nos gusta, es el hemisferio derecho quien está trabajando.

Si sólo nos quedásemos en ese punto, la vida sería un cúmulo de impresiones y emociones que no sabríamos comprender. Porque, para ello, necesitamos al hemisferio izquierdo.

El hemisferio izquierdo se ocupa de todo lo contrario, y lo hace también al contrario. Maneja las palabras, la lógica, el orden y es muy preciso con los matices, colocando todo en su lugar exacto. Es el equivalente a una larga estantería de una inmensa biblioteca donde todo está clasificado y atiende a un índice para poder encontrar cada cosa donde le corresponde estar y, si sólo funcionásemos con el hemisferio izquierdo seríamos como «robots» llenos de información sin emoción.

Sin embargo, trabajando codo con codo con el hemisferio derecho, nos ayuda a hacer una lista de posibilidades por las que nuestro amigo nos mira así, definir que lo que vimos de refilón no era nada de lo que preocuparse, comprender que ha ocurrido alguna desgracia o reflexionar sobre ese rechazo instintivo que sentimos hacia esa persona.

El hemisferio izquierdo nos ayuda a comprender todo aquello que capta el derecho, y a otorgarle un lugar preciso a cada cosa en nuestro universo mental.

En los niños, especialmente cuanto más pequeños sean, el que predomina es el hemisferio derecho. Por eso se dice que los niños lo perciben todo, aunque no lo entiendan. De poco sirve que no comprenda las palabras de una discusión, un niño pequeño e incluso un bebé van a captar rápidamente la tensión de una situación y todas aquellas «cosas raras» en papá y mamá. El tono de voz, el lenguaje no verbal. Un niño pequeño lo percibe todo, pues su hemisferio derecho trabaja a pleno rendimiento. Así que no te consueles con que estáis disimulando porque no, lo va a pillar. Otra cosa es que lo comprenda.

Y ahí está el problema, que los peques pueden vivir situaciones que les supongan una gran confusión, les impresionen o les asusten pero, y aquí llega lo más importante, sin los recursos suficientes para procesarlas pues su hemisferio izquierdo aún no tiene desarrolladas herramientas indispensables como el lenguaje, la lógica o la extrapolación.

Es en ese punto en el que nosotros, los padres, podemos ayudar.

¿Cómo verbalizar?

Hace pocos días, en esta segunda ronda de vacaciones, hemos vivido una situación que parece haber sido diseñada explícitamente para que yo pudiese practicar verbalizando, y que me viene como anillo al dedo para explicarlo. Ya llevaba un tiempo aplicando esta estrategia tan sencilla y eficaz con situaciones menores en las que veía que la peque se quedaba ligeramente impresionada, como golpes, caídas y sustos con ruidos fuertes. Pero eran todas situaciones muy simples y definidas que, con unas pocas palabras, dejábamos atrás. Ninguna de ellas me ha dado la guerra que me está dando ésta aunque ya parece que la tenemos encaminada y parece que la chiquitina va consiguiendo seguir adelante.

Resulta que, en la piscina, una rejilla de las que succionan el agua tenía una válvula rota. Aquello enganchaba a cualquiera que pasase cerca y ese alguien fue mi padre. Como es natural, se pegó un buen susto cuando notó el fuerte tirón y sacó la mano fuera del agua con una herida en los nudillos. Todos nos dedicamos a conjeturar sobre lo que había sucedido y, después, llamamos al administrador para que le pudieran solución. Hasta que lo arreglasen, era tan sencillo como no acercarse y avisar al resto de vecinos para que nadie más tuviera problemas. Es decir, que no nos cambió la vida. Pero a mi hija sí.

Profundamente impresionada, la peque registró esas emociones aterradoras (el abuelo gritando, todos mirando qué pasaba y saliendo a llamar al administrador hablando con expresión disgustada) sin ser capaz de procesarlas. Nos dimos cuenta al día siguiente cuando se negó a meterse en el agua, algo rarísimo teniendo en cuenta que nos ha tenido todo el verano haciendo ¡pumba! en la pisci cincuenta veces al día, si no más.

Si yo no hubiera sabido lo que sé, habría hecho lo más común. Intentar distraerla, negarle importancia a lo ocurrido, decirle que no pasa nada. Pero, si hubiera actuado así, el impacto emocional de la situación se habría quedado revoloteando por su hemisferio derecho sin nada que lo ayudase a colocarse en su lugar para poder procesar la experiencia y dejarla atrás. Esa carga emocional sin resolver habría podido hacer que asociase de forma primaria e irracional peligro y piscina, pero también podría salir por otro lado. Con rabietas, despertares nocturnos (por favor, otra vez eso no) u otros comportamientos post traumáticos.

Así que, desde que ocurrió, repetimos todas las veces que ella necesite, toda la secuencia. De principio a fin, y esto es muy importante porque, así, le damos forma completa a la experiencia. Estábamos jugando en el agua y el abuelo se hizo pupa, nos dimos un susto, salimos del agua, preguntamos, nos dijeron que estaba roto, avisamos a los vecinos, lo arreglaron, ya no está roto, ya no hace pupa, todo está bien ahora. Si no lo repito veinte veces diarias no lo repito ninguna. Con las correspondientes escenificaciones del susto que la peque necesita intercalar con todo su corazón para liberar la carga emocional.

Pero es importante. Poco a poco, le vamos dando sentido a lo que sucedió, lo verbalizamos, lo volvemos lógico, le damos una forma y un tamaño que ella puede comprender, procesar e integrar. Nos está llevando unos días, y eso significa que la experiencia le afectó intensamente, pero hoy hemos dado un gran paso: ha vuelto a meterse en el agua. Poco a poco hemos conseguido ayudarla a que avance desde el grito tenso que explica «abelo pupa uuuuuuuuuuyyyhhhhhh» hasta el gorgorito que celebra «¡ya no hay pupa!».

Si en algún momento tu peque vive una situación que le afecta, lo notarás rápidamente con dos indicios: cambiará su comportamiento y repetirá el momento estrella de la situación que le ha afectado. Aunque su evidente angustia te afecte, no intentes desviar la atención: ayúdale a verbalizar todo lo que ha ocurrido, sin añadir dramatismo ni emociones, sólo narrando el proceso completo, paso a paso, para que pueda integrarlo y dejarlo atrás.

¿Y tú? ¿Verbalizas con tus peques? ¿Me lo cuentas?

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4 comments

  1. Belen says:

    Me ha encantado, lo hago a veces pero no le había puesto nombre a esto. Ahora que lo entiendo lo haré siempre que haya alguna emoción que se atranque. Con la guarde ya es otra historia, ahí no se qué verbalizar para que no me diga a diario «al cole no».

    • Carita says:

      Hola Belén! Lo de la guarde es distinto… Yo ahí establecería empatía con la mayor franqueza posible, validando siempre la emoción (puedes leer el post sobre validar para comprender lo que te digo):) Estás disgustada/enfadada/triste (según la emoción que exteriorice) porque no quieres ir al cole. Te comprendo. Yo, muchas veces, tampoco tengo ganas de ir al trabajo. Y nunca me apetece separarme de ti. Es una lata que tengamos que hacerlo pero, cuando salgas, estaremos juntas el resto del día. Prueba por ahí a ver qué tal lo encaja la chiquitina. Un abrazo!

  2. Ratoncito says:

    Pues yo soy de hablarle mucho desde siempre, le explico todo lo que estoy haciendo y ahora con los enfados o rabietas que se pilla, intento ponerle el nombre a todo y explicarle que es normal enfadarse pero no se puede hacer esto u otro…no veo el efecto de momento pero espero que con el paso de los meses iremos mejorando 😉 De situaciones que le impresionaron hace poco…supongo que el primer día de la guarde, que al escuchar a los niños a llorar se puso fatal, se lo estuve explicando pero sin resultado. Lo que no he caído es hacerlo así todas las mañanas siguientes cuando no quería ir a la guarde – probaré con esta técnica – seguir explicándole una y otra vez que los más pequeños lloraron el primer día y quizás ahora también a ratos pero es porque no saben que en la guarde se lo pasarán muy bien y que no pasa nada porque en unos días estarán todos contentos…..

    • Carita says:

      Gracias por compartir tu experiencia 🙂 Hablar con ella y explicarle las cosas es muy bueno, sigue haciéndolo que así estableces un nexo comunicativo muy bueno con tu hija. En lo que a este post se refiere, no se trata de explicar lo que ha pasado sino de «narrarlo» para darles un hilo conductor en palabras de toda la experiencia en su conjunto y que puedan, a través de tu lenguaje, ir integrándolo en sus cabecitas (ellos que no tienen aún el lenguaje suficiente para poder pensar sobre ello solos). Les ocurre que se quedan trabados en un momento que les ha impactado, atascados sin procesarlo. Verbalizando con ellos les ayudas a salir de ese atasco y seguir adelante. Es como un tocadiscos, cuando se quedaba pillada la aguja, tú sólo ayudas a que la canción continúe y termine. Un abrazo!

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