3 cosas que aprendí eligiendo colegio para mi hija

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Fuente: Pixabay

Han sido unas semanas de nervios, de una tensión de fondo de las que te tienen todo el rato con el runrún, cantando para tus adentros «qué será, será….» pero ya podemos respirar tranquilos. Habemus cole. Nos han dado plaza para la peque en el cole en el que la solicitamos. Al final, tantos nervios pa na, porque hemos entrado con nuestros cinco puntitos. Después de pasarnos una buena temporada contándolos y recontándolos a ver si se multiplicaban, lamentando no poder traspasarnos alguno del carnet de conducir e incluso valorando meter un pie debajo del autobús para que nos dieran más. Porque lo de familia numerosa, como que no.

Lo confieso, ni después de selectividad tuve tantas dudas a la hora de rellenar un formulario, sabiendo que tenía que ser fina fina al escoger el primero de la lista, si no quería acabar en el último. Y es que esto del colegio tiene su chicha. Yo no sé lo que aprenderá la peque una vez entre en él pero, durante este proceso, hay tres cosas que he aprendido yo.

1. Elegir… hasta cierto punto

Todavía recuerdo el día que me senté por primera vez a buscar colegio para mi hija. Con previsión, con seriedad. Como siempre, vamos. Como cuando me informé sobre productos de puericultura y elegí los que se venían para casa, o cuando me informé sobre seguridad y elegí sillas a contramarcha. Siempre ha sido mi patrón a la hora de abordar cualquier decisión importante, donde no da igual ocho que ochenta: me informo y elijo. Así que, ilusa de mí, me senté a elegir cole.

Pero me temo que no es tan sencillo. Que tú puedes elegir lo que quieras pero el resultado no va a depender de tu decisión porque el colegio también tiene que elegirte a ti. Da igual si es privado, concertado o público. Al fin y al cabo, en todos los coles las plazas son limitadas y vamos a depender de las leyes de la oferta y la demanda. Si hay cincuenta plazas y quieren entrar sesenta niños, diez se van a quedar fuera. Las matemáticas nunca fallan.

Me quedé tan descolocada al comprobar que la información que buscase de cada colegio iba a influir poco en que esos colegios nos admitieran que me desinflé. Los privados, en este momento de nuestras vidas, quedaban descartados por logística pura. Y entre concertados y públicos íbamos a estar al final de la cola. Y no tenía ni idea de que aquello funcionase así.

Ahí me di cuenta: yo no iba a ELEGIR el colegio de mi hija, no como con todo lo demás. Nos íbamos a elegir mutuamente, como en clase de gimnasia. Y a ver con quién acabábamos al final.

2. No existe el colegio perfecto

Éste es bilingüe, pero aquel otro tiene jornada continua…. éste me queda al lado de casa, pero aquel otro tiene muy buenas instalaciones… y así ad infinitum. Porque no hay ningún colegio que cubra todas las casillas. Si tu criterio de búsqueda es encontrar El Colegio Perfecto, olvídate, ninguno va a tener todo lo que quieres. Es más, todos tendrán al menos una cosa que no te guste, ya sea el horario, el precio o cualquier otro aspecto que te haga torcer la nariz.

Por eso, lo mejor que puedes hacer es anotar, de todas aquellas cosas que te gustaría que tuviera el colegio de tus hijos, cuáles son las realmente imprescindibles y cuáles son solamente deseables. Cuáles tus impepinables y cuáles tus criterios de exclusión. Y actuar en consecuencia y en orden de prioridad.

En mi caso particular, he tenido que renunciar a alguno de mis deseables (cole bilingüe, uno de mis MUY deseables, que me ha dado mucha pena) para priorizar mis imprescindibles: que estuviera cerca de casa (poder ir andando y poder traerme a la peque a mediodía era importante para mí) y que fuera un cole respetuoso y flexible en temas de adaptación, control de esfínteres, etc.

Cumplir estos criterios prioritarios me ha hecho también «comerme» alguna cosa que no quería, como el horario partido. No tengo ni idea de cómo nos vamos a apañar los primeros meses con ese corte para comer y vuelta al cole, mientras la siesta sea necesaria, y me preocupa. Pero no queda otra, es la mejor combinación que he podido sacar del batiburrillo de mis necesidades, mis circunstancias y mis prioridades. Es lo que hay.

Lo más cercano para mí al cole perfecto me queda demasiado lejos. Por Finlandia, más o menos. Mucho frío, déjate. Y lo más parecido que hay aquí se lleva un sueldo sólo para eso. Qué le vamos a hacer. Nos quedaremos con nuestro cole, que no es perfecto pero es el que hemos elegido y el que nos ha elegido a nosotros también, cosa importante, y ya veremos qué tal nos sale 😉

3. Todo tiene remedio

Todo tiene remedio en esta vida menos la muerte, decía mi abuela. Con más razón que un santo, como suele ocurrir con las abuelas. Y, con el tema de los colegios, no está mal que nos lo apliquemos para no aumentar excesivamente la presión que nos supone como padres.

Y es que es una decisión importante, sin ninguna duda. Una decisión que puede condicionar a nuestros hijos en muchos aspectos y, por eso, hay que tomarla con cuidado, reflexión y responsabilidad. Sí. Pero no es una decisión irreversible. Y es muy importante también que lo tengamos en cuenta cuando nos asalten esos inevitables mil miedos de los que nunca nos libramos como padres en lo que respecta a las decisiones que tomamos sobre nuestros hijos.

Ese come-come que te entra cuando te debates entre dos opciones y te decides por una, temiendo que estés metiendo la pata hasta el fondo y la buena sea la que descartas. O cuando no sabes, directamente, ni cuál elegir por miedo a equivocarte.

Que el nivel académico sea malo, que el profesorado no te guste, que tu peque no esté a gusto en ese colegio… ¡son tantas cosas las que podrían ir mal y te agobian al tomar esta decisión! Y para todas ellas sirve la misma frase: tiene remedio. Si el nivel no te convence, si los profesores no te gustan, si tu peque no está bien… puedes cambiarlo a otro.

Sí, es un rollo, supone una nueva adaptación, siempre se pierde algo por el camino, está claro que no es lo ideal. Pero siempre va a ser mejor cambiarlo a otro colegio que dejarlo en uno en el que no estáis a gusto. Lo mejor es acertar a la primera pero, si no es así, no te presiones en exceso porque es reversible. Y al final eso es lo más importante.

Cuando ya fuimos avanzando en el proceso de búsqueda y fui dándome cuenta de que el colegio en el que hemos realizado la solicitud era el ÚNICO de los que podía valorar en el que la querría meter, la verdad es que me empezaron a entrar sudores fríos. Si el factor económico hubiese ayudado, habría tenido más opciones sobre el tablero pero de los que valoraba no quería más que éste. ¿Qué iba a hacer si no nos daban la plaza? Esa pregunta me quitó el sueño durante algunos días hasta que me di cuenta de que también tenía remedio.

En mi caso particular, de no obtener plaza, ya tenía pensados algunos planes de emergencia:

  • No escolarizarla este año, sin más.
  • No escolarizarla este año, buscando una escuela alternativa, nido, madre de día o ludoteca donde poder llevarla un par de horas diarias en «sustitución» temporal del colegio.
  • No escolarizarla por el momento, manteniendo mi solicitud en el colegio, donde me comentaron que suele haber alguna baja una vez comenzado el curso, e incorporarla cuando eso sucediera.
  • Inscribirla en otro colegio por el momento, siempre que no fuera uno de mis «aquí-me-niego», manteniendo mi solicitud en el que queríamos para cambiarla en cuanto nos dieran plaza.
  • Jugar a la primitiva en busca de unos buenos millones que me permitieran elegir lo que me diera la gana (ésta era mi favorita).

Porque, en realidad, pase lo que pase, siempre tenemos opciones. Siempre hay alternativas y siempre podemos pensar un plan B, un plan C y hasta un plan J. Como con los colegios, ninguno será perfecto. En todos los escenarios que pensamos ganamos y perdemos algo, todos tienen pros y contras. Pero existen.

Lo único que tenemos que hacer es escucharnos, conocer nuestras prioridades, nuestros criterios de exclusión, nuestros impepinables y elegir lo que sea más acorde a nuestras necesidades, lo que mejor nos resuelva los problemas y, siempre, siempre, aquello con la que nos quedemos interiormente más en paz.

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