Historia de una rabieta (materna)

historia-de-una-rabieta

Fuente: Pexels

Hay fines de semana buenos y fines de semana malos. Y luego están los desastrosos. Este ha sido de esos. Recuperándome de tres días de dolor pseudociático y de una semana de bronquitis aguda, antibióticos y regla cuando aparece mi prima la gastroenteritis. Y de las buenas, de las de sudor frío, de las de querer morirse durante unas horas y necesitar un par de días tirada como un trapo en cama aunque sólo sea por tener flojera de no comer nada. Imagínate las fuerzas y las ganas que tenía para gestionar bien cualquier situación. Así que hice lo contrario, gestionarlo fatal. Y este fin de semana la mayor rabieta de la casa se la pilló mamá.

Hoy es de esos días en los que no escribo para ayudar a nadie, sino para ver si escribir me ayuda a mí. Para sacarlo todo fuera y que no me ocupe tanto dentro pero, sobre todo, porque cuando me siento a teclear sin más, cuando dejo que todo salga solo, se ordena sobre el teclado mucho mejor que dentro de mi cabeza. A veces lo del blog es el mejor diván.

Bueno, pues ahí estaba yo el sábado tras una noche más terrorífica que la de Halloween, metida en cama a lo UCI domiciliaria y con capacidad cero patatero para atender nada ni a nadie, sin más ambiciones que sobrevivir al fin de semana y entonarme mínimamente para el lunes. Pero lo de tener hijos no entiende de noches, de fines de semana, de cansancios, de incapacidades, de enfermedades. Y mi hija siguió siendo una niña de tres años, haciendo lo que hacen los niños de tres años. Pidiendo, demandando, reclamando.

_ Mami ven, mami haz, mami dame, mami mira, mami juega, mami ayúdame, mami toma — Mensaje: atiéndeme.

_ No puedo, de verdad que no puedo cariño, estoy fatal — Mensaje: compréndeme.

Mamimamimamimami, entrándole por un oído y saliéndole por el otro. Porque tiene tres años. Y mami subiendo peldaños de agobio e impotencia, hasta acabar enfadada y dolida al final de la escalera… pero dolida folclórica, dolida de película de sobremesa, dolida en el alma. Llegué a decirle en un arranque: «¡No te importa nada verme mal! ¡Es que parece que no me quieres!». Me faltó un fundido en negro. Porque se me olvida a ratos, lo de que tiene tres años.

Así que, en resumen, por esperar que ella se comportase como una adulta, acabé comportándome yo como una niñaRabieta nivel: épico. Pero materna.

Fui yo la que, superada y desbordada, que es lo que siempre pasa en las rabietas, me vi manejada por mis emociones más primarias, la rabia, el dolor. Fui yo la que me enfadé con mi hija porque no sólo no me «cuidaba» sino que me demandaba cada cinco minutos. Fui yo la que me dolí con mi hija porque lo hacía viéndome hecha un trapo, y le daba igual. ¡Le daba igual! Eso fue lo que me bloqueó. Y me costó mucho salir de ahí, llamarme al orden, relativizar, tomar distancia emocional, todas esos recursos que tenemos los adultos para salir de una rabieta cuando nos la agarramos.

Después, obviamente, me sentí una mierda de madre. Intentando no culparme (me era más o menos fácil aceptar que encontrándome tan mal no pudiera gestionarlo mejor), intentando aprender algo de este fin de semana mierder, intentando analizar, comprender. Porque esta vez era una situación un poco al límite pero últimamente me viene pasando que me mosqueo ligeramente con ella por dentro cuando se «porta mal» en según qué cosas, cuando no hace lo que espero o lo que creo que ya debería hacer.

Qué frase más crucial: lo que YA DEBERÍA. Esta es para rumiarla como las vacas, con cuatro estómagos.

Me confesé con papá: cuando era más pequeña ¿te acuerdas de todo lo que pasé, no dormir hasta ese punto, esa presión…? Y nunca, nunca jamás le levanté la voz, nunca dejé de mirar por ella ni fui egoísta. Y ahora mírame, pierdo los nervios, pego un grito, me enfado.

Respondió: sí, pero antes hacía caso, era más fácil (papá se desespera con la «sordera» propia de esta edad).

¿Es cierto eso? ¿Hacía caso y ahora no? Bueno, antes era un bebé. Antes hacía todo lo que decíamos porque no era ni decirlo, era decidirlo por ella, y ahora no es un bebé, es una personita en plena adoslescencia, que le está llegando un poco tardía, quizá, pero que a nosotros nos coge sin preparar porque siempre ha parecido tan mayor que nos hemos olvidado de lo pequeña que es.

¿Cuando era bebé era más fácil? Ni de coña. Todavía me acuerdo de no poder ni hacer pis en horas, de no poder ni ducharme muchos días, de contar las horas hasta que viniera papá de puro agotamiento. No, no era más fácil pero quizá sí era más fácil de llevar, porque estaba TAN claro que ella necesitaba de mí todo lo que yo hacía por ella que no había espacio para el enfado, el reproche o la duda. Era agotador, pero tenía claro que el tiempo lo iba a ir cambiando, que ella iba a ir evolucionando, que mi papel era el que era. Estar ahí para todo lo que necesitase que YO hiciera, porque ella aún no sabía hacerlo.

¿Por qué nos afecta tanto cuando los peques no se portan como esperamos o necesitamos, cuando ya se acercan a los tres años y nos parecen tan personitas que nos olvidamos de lo poco que siguen siendo esos tres años, de lo verdes y al principio que están en todo? ¿Por qué nos molesta y nos desespera? ¿Por qué nos entran tantas dudas de si lo estaremos haciendo bien? ¿Por qué no tenemos la paciencia para dejarlo ser como con todo lo demás?

¿Por qué aceptamos con tanta calma cambiar pañales porque no controlan esfínteres, cogerlos en brazos porque no andan, entretenerlos porque no saben hacer nada, mecerlos porque no se duermen, pasarnos noches en vela porque no respiran bien, consolarlos cuando lloran durante horas….

… y nos cuesta tanto comprender, uno o dos años después, que lo que siguen demandando es LO QUE SIGUEN NECESITANDO? Lo que necesitan, de una u otra forma.

Veo a mi hija tan mayor, aparentemente, que se me olvida a ratitos lo pequeña que es. Se me olvida que todo este «mal comportamiento» que me desespera sigue siendo resultado de todo lo que aún no sabe, no conoce, no le sale, no puede, no es capaz de integrar.

Que no tiene atención, que no tiene paciencia, que está en plena revolución, que no tiene capacidad de sostener un comportamiento contrario al que le brota, aunque se esfuerce. Y cada poco pincha.

Pero que aprende, que registra, que nuestro ejemplo sigue siendo fundamental, que debemos seguir reconduciendo todo desde el respeto, la empatía, la calma. Que es lo mismo, lo mismo de antes, pero en otras áreas. Es aprender, es crecer. Es guiarla.

Que mi papel sigue siendo estar ahí y ayudarla con esto como con todo lo anterior, SIN enfadarme. Sin tomarlo como algo personal, sin desesperarme. Pegar está mal y duele, pintamos en el cuaderno, no en la mesa, sé que estás enfadada pero no voy a dejar que rompas nada, tratamos bien las cosas y a las personas, tranquila, yo te enseño. Yo te ayudo. Estoy aquí.

Se me olvida también que todo lo anterior ya lo tenía «controlado» y lo que viene ahora es nuevo, es otra etapa, son otras demandas y otros problemas. Que tengo que aprender yo también a ser madre de una niñita, igual que aprendí a ser madre de una bebé. Como cuando me dice «mamá, dibújame un ñu». Ostras, a ver cómo te dibujo yo eso. Y acaba saliendo un caballo jorobado y paticorto de rostro cubista. Perdona cariño, no lo sé hacer mejor. Déjame que practique.

El domingo por la mañana mi hija entró en la habitación cementerio-de-elefantes en la que me había echado a morir aparte. Abrió la puerta, se acercó haciendo ruido con las cremalleras de su pijama manta como si fuera una minivaquera con espuelas, me miró, me puso la mano en la mejilla y me preguntó:

_ ¿Cómo te encuentras?

_ Mejor… – le dije, acariciándole la cabecita.

_ Me alegro mucho – respondió amorosa, y sonrió.

Supe que se lo había pedido papá, ve a ver cómo está, pregúntale, supe que no podía salir de ella lo que yo necesitaba, supe que en diez minutos vendría a pedirme que le vistiera un peluche y que en media hora la tendríamos llorando o gritando por algo, que probablemente los dos acabaríamos medio-perdiendo los nervios en algún momento del día.

Que estamos en esta etapa ahora. En otra etapa. Nueva.

Déjame que practique yo también, mi niña. Déjame que aprenda.

Si te parece que mi contenido es útil, ¡compártelo!

Y, si quieres contarme tu punto de vista o tu experiencia, me encontrarás siempre al otro lado en comentarios o en redes 🙂

¿No te quieres perder ningún post?

¿Quieres suscribirte y recibirlos cómodamente en tu correo?

6 comments

  1. Diana says:

    Se me saltan las lágrimas mamá… me siento tan identificada al leerte… y siempre intento pensar como se sentirá él, ponerme en su lugar para saber porque hace o no las cosas, pero es tan difícil a veces… Que complicado es aprender a criar con tanto amor.

  2. Cosica wapa says:

    Qué bien me viene leer esto ahora, precisamente ahora… Dos años y medio tiene mi peque, además de mucha personalidad que cómo no, estoy intentando domar. A mí, que nunca me ha gustado decir a nadie lo que tiene que hacer. A mí, que siempre he dado cuerda a los que me rodean porque siempre he pensado que hay que dejar libertad para ser y decidir uno mismo. Pero ay amiga! Esto es otra cosa… Esto de ser madre trata de eso, de rederigir, de poner límites, de decir «eso no» cientos de veces al día. Sí, es agotador y cuando se equivocan y piden perdón acariciándote la cara y diciéndote «te quiero mucho mamá, cariño» con esa vocecilla y esas manitas diminutas te das cuenta de que algo estás haciendo bien. Porque sabe que ha hecho mal y sabe disculparse por ello aunque no puede controlar el volverlo a hacer.
    Sin duda es lo más difícil que he decidido en la vida, ser madre. Porque me fustra, me llena a veces de culpa cuando no se controlarlo y me desborda y reacciono mal, como bien cuentas. Pero sé que merece la pena y que algún día veré estás situaciones como oportunidades para mejorar.
    Gracias por compartir porque hoy necestiba leer algo así. Saludos bonita

  3. Silvia says:

    Identificada totalmente, cómo te entiendo… a lo mejor es que yo me como demasiado la cabeza por todo. De bebés no sabemos nada, se nos hace un mundo, y ahora con 2 años y pico creemos a veces que ya están preparados para muchas cosas, y no.

    Y gestionar nuestras emociones es tan difícil, y tener paciencia. Y luego viene la culpa.

    Gracias por compartir tanto, ayudas.

    • Carita says:

      Hola Silvia! Gracias a ti por este comentario 🙂 La sociedad también influye mucho, tantos mensajes acerca de lo que debe y no debe ser un niño, de lo que debe y no debe hacer un niño… esperamos mucho de ellos y no es justo, están formándose, aún no son, están en construcción. Peeeeero, también somos humanos por muy adultos que seamos y cada uno lleva sus mochilas, así que a veces pasan estas cosas. Un abrazo grande!

Responder a Carita Cancelar la respuesta

Acepto la Política de privacidad