Confesiones de una madre (im)perfecta

confesiones-madre-imperfectaEscribir en un blog sobre algo tan íntimo como la maternidad y tu forma de enfrentarla provoca dos efectos contrarios. Por un lado, te entroniza, convirtiéndote en gurú sin pretenderlo, con una alta responsabilidad sobre lo que escribes y aconsejas. Por otro, te convierte en objetivo a discreción, en un pato de feria virtual al que todos tienen derecho a disparar porque… está ahí para eso, ¿no? Por eso, a veces, es complicado decidir qué compartes y qué te reservas, qué aconsejas y qué callas. Qué cuentas.

En unos posts la intención es ayudar, compartir algo que has aprendido y te fue realmente útil, explicar cómo has sobrevivido a una situación difícil por si tu experiencia es útil a quien no ve la luz al final del túnel. En otros, sólo buscas pensar acompañada, reflexionar sin llegar a ninguna conclusión, plantear preguntas. Y, finalmente, están aquellos posts en los que te expones, te abres la gabardina y enseñas lo que hay. Y hoy es de esos.

Cuando tratas el tema de este blog, la crianza respetuosa, se crea un halo de perfección alrededor de una. Paciencia, respeto, resolución pacífica de rabietas, apego seguro, lactancia materna… todas esas cosas que a veces son TAN difíciles, que tanta guerra dan. Y va ésta y las hace. Bueno, pues déjame desabrocharme la gabardina y enseñar un poco de chicha, que los halos rarunos no molan. Porque aunque una tenga paciencia, aunque una tenga consciencia, aunque una aborde esta aventura de ser madre desde el respeto y el apego, no, no siempre sale todo bien. Ni de coña.

La crianza con apego, respetuosa y consciente es una brújula, un vector de dirección. Es saber hacia donde ir, y saber hacia donde hay que rectificar el camino cuando te desvías sin querer. Recalculando el recorrido, como el navegador del coche, que no era por aquí, era por la siguiente.

La crianza con apego, respetuosa y consciente es tener una serie de herramientas para la tarea que tenemos por delante. ¿Son útiles? Claro. Muchísimo. Igual que un martillo para clavetear la parte trasera de las estanterías de Ikea. Pero, ¿cuántas veces uno de los clavitos entra torcido y no como nos gustaría? ¿Cuántas comprobamos que los hemos puesto demasiado juntos y ahora nos quedan sólo dos para demasiado espacio? Tener las herramientas no significa necesariamente ser efectivo siempre utilizándolas. No siempre estamos finas, no siempre tenemos ganas. Y no siempre que ponemos en práctica la teoría, sale todo niquelao.

Déjame que comparta contigo algunas confesiones de esta madre (im)perfecta…

Y nos dieron las diez y las onceee…

Llevamos unos horarios demenciales. Casi 30 meses intentando regularlos y no hay manera. Ya los doy por perdidos con resignación cristiana. Es así, vamos unas tres horas por detrás de lo habitual.

A ver, tampoco es mi intención igualarlos a Lo Normal porque ni la niña ni yo tenemos que madrugar para ir a guarde/trabajo pero cada vez que la pongo a merendar tras la siesta y leo a una amiga que acaba de bañar al suyo para darle la cena me entra un complejo de madre desastre espectacular.

Y siempre me excuso como si fuera algo excepcional. «Bueno, sí… llevamos horarios relajados pero hoy se nos ha hecho tardísimo, las once y media de la noche, ¡qué locura!». Como si no nos dieran las doce y la una (menos mal que paro ahí, antes de parecerme a Sabina) más días de los deseables, tomando teti, lavándonos los dientes o montada a caballito muerta de la risa sobre nuestra chepa mientras intentamos remeter las sábanas para acostarla rápidamente como los padres responsables que (casi) somos.

¿Qué peli quieres ver hoy?

Todas lo hemos dicho, ¿verdad? Yo no quiero tenerlos delante de la tele todo el día. Eso no es bueno. Lo que tienen que hacer es jugar, salir a la calle, etc, etc. Bueno, y en parte lo cumplo, en mi casa no se ve la tele. Nunca. Jamás. Pero porque vemos pelis.

Y es que cuando Shrek (la del ogro, el burrito y fiona), La Bella y la Bestia (la del perrito grande) o Ratatouille (la del ratoncito que cocina) te dan una hora y pico de calma chicha en la que puedes trabajar delante del ordenador en tooooodo eso que se te va acumulando y no saben por dónde agarrar, los principios morales pierden un poco de brillo y sólo queda la realidad: sobrevivir. Y en mi casa en muchas ocasiones se sobrevive con Pixar de fondo.

Ojos que no ven….

… comportamiento que no hay que corregir. Tengo claro, clarísimo, que los comportamientos inadecuados hay que reconducirlos. Y no sólo eso, sino que hay que reconducirlos con empatía, calma, respeto y paciencia. Y constancia. Es importante trasmitir siempre el mismo mensaje y transmitirlo bien para no crear confusión en los peques y guiarles con amor y apego siempre que vemos algo que no es adecuado. Lo tengo claro, clarísimo.

Por eso, cuando voy a todo correr por casa terminando de preparar las cosas para irnos, porque ya vamos tarde, como siempre, y veo por el rabillo del ojo que la peque anda concentrada en un trasvase de agua del vaso al yogur y del yogur al vaso, con los consiguientes daños colaterales me entra ceguera selectiva y hago como que miro a la pared opuesta, muy concentrada yo también, y no la veo. Porque si no veo nada no tengo que reconducir nada y eso consume mucho menos tiempo.

Mentiras piadosas

Vamos, que muchas veces no soy exactamente fiel a la verdad cuando le digo algunas cosas a mi chiquitilla. Por ejemplo, cuando le explico que los muñecos de El Rey León cantan tanto y se cansan tanto que necesitan unos días durmiendo hasta tener ganas de volver a cantar. Está claro de quién me apiado, ¿no? De verdad, de verdad, de verdad, amo a mi hija más que a nada en el mundo pero si tengo que oír varias veces al día eso de yooo voy a ser rey leoooooon me tiro por la ventana. Y eso no sería bueno para la niña así que, en el fondo, lo hago por ella.

La teti está durmiendo, vaya, no traemos el chupete, se nos olvidó en casa y otros grandes cuentos de la historia. Que levante la mano derecha quien pueda jurar que dice la verdad y nada más que la verdad. Y abre la veda servidora, que más que sincera suele ser sincericida. Pero volvemos a lo mismo, sobrevivir. Explícale a tu peque de dieciocho meses que llevas el chupete en el bolso pero no se lo vas a dar porque, si se duerme en el coche a las diez y media de la noche, apaga y vámonos, que hasta las dos de la mañana no se acuesta nadie en esta casa. Explícale tus motivos, tus dudas, tu necesidad, tu preocupación, la envidia que te dan esas otras familias que sacan dormido al crío del coche y ni se inmuta, mientras en tu casa se monta la feria de abril del subidón «post-siesta». Explícale que cuando crezca, lo entenderá. (…..) Se nos olvidó.

Yo no tengo energía para esto

La cantidad de cosas que permito muchas veces tiene relación directa con lo que me cuesta pensar en moverme para impedirlas. Estoy en el siglo equivocado… yo tenía que haber nacido en la época victoriana y vivir desmayada a todas horas con un bote de sales aromáticas a mano para reanimarme con afectación.

Conclusión: prefiero que la peque saque prenda a prenda todas las puñeteras camisetas de su cómoda y se las ponga y se las quite alternativamente, paseándolas por toda la casa, a hacer algo activamente para impedirlo. Marcamos un límite aceptable (la ropa en el suelo no, ponla donde quieras, en el sillón, en la mesa, en el cajón de las cacerolas, pero en-el-suelo-no) y, a partir de ahí, hale, a destruir mundos.  ¿No dicen que el juego creativo y libre es muy bueno? Pues eso. Más nos vale.

Cuelga tú… No, tú….

Qué bonito es el amor. Y el principio de las relaciones. Luego te estableces, tienes hijos y el discurso pasa a «Hazlo tú. No, tú…».

Esos pulsos silenciosos en los que espero que sea él quien se levante a poner el pijama a la niña. Porque es tarde y hay que acostarla. Pero yo ahí, quieta, lanzando vibraciones mentales a ver si me libro mientras él parece ciego.

Esos pañales que empiezan a oler a residuo nuclear. A ver si por fin huele tanto que se levanta él y no yo, como siempre. Y vuelvo a lanzar vibraciones mientras él parece no tener olfato (cuando con lo mínimo aguanta la respiración hasta marearse, por eso los cambio yo siempre). Y los dos a hacernos los locos mientras la peque corretea por casa con un pañal radiactivo a las once de la noche. Ay, a esto juego mucho. Y total para qué, si suelo perder y acabar levantándome yo, pensando, eso sí, qué mala madre soy… ¿¿Cuándo termina algo sin pensar eso??

En fin, ya ves que hay material… en todas las casas cuecen habas y todas las gabardinas esconden chicha. Ya te he enseñado un poquito de la mía.

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Y, si quieres contarme tu punto de vista o tu experiencia, me encontrarás siempre al otro lado en comentarios o en redes 🙂

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3 comments

  1. Paula - ¡Mecachis Mama! says:

    Uy, yo con el padre ya paso de miradas o de esperar a que lo haga el; si quiero que lo haga el simplemente se lo digo. He aprendido que lo de esperar trae muy malos resultados, porque probablemente acabé haciéndolo yo igual y encima cabreada. Si se lo pido al menos hay alguna posibilidad de que lo haga…
    Aguanta pelis de Pixar enteras?? Hora y media?? Por aquí mi peque a veces ni cinco minutos han pasado y ya pide otra… Me vuelve loca con la tele, por eso intento no ponérsela, porque cuando hago tengo que cambiar seguido, a veces ni un minuto aguanta (tampoco es tele, es Youtube).

    • Carita says:

      Jaja. Sí, suele resultar así, lo haces tú pero cabreada. Sí, las ponemos enteras y le encanta seguir la historia. Es lo único que ha visto de «tele», salvo Baby Einstein cuando era muy peque que le gustaba mucho. La tele en sí no me gusta porque tiene un ritmo desquiciante, al final, quien se ponga, acaba con cara de lobotomizado. Me parece una pasada de estimulación sensorial. Por eso optamos por ponerle pelis de disney, pixar, etc. Tienen un tempo más razonable, una historia con desarrollo… ella las mira con muchísima atención, se aprende las canciones… Eso sí, cuando descubre (o redescubre) una, la tenemos en modo bucle una temporada. Suerte que tanto al papi como a mí nos gustan las pelis de animación y no estamos (muy) desesperados, jeje. Un abrazo!

      • Paula - ¡Mecachis Mama! says:

        Totalmente de acuerdo con lo de la tele. A mí no me gusta nada que no aguanté ni un minuto los vídeos pero por otra parte me alivia porque se da cuenta de que son aburridos jajaja. Muchas veces acaba apagando la tele y diciendo que prefiere jugar… Pero vamos sigue sin emocionarme la idea de ponerse la porque hay días que parece hipnotizado y no soporto verlo así… Con las pelis creo que lo máximo que ha aguantado han sido 10-15 minutos y conmigo al lado comentando la con él (Inside out y The good dinosaur).

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